miércoles, 7 de julio de 2010

Navegar Proust en solitario

Una entrevista con Mauro Armiño, realizada por Virginia Miranda y publicada en El Siglo (Nº 654, del 20 de junio de 2005). En ese momento, el traductor acababa de concluir la traducción de  A la busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, obra publicada con ese título por la editorial Valdemar, cerrando un ciclo de diez años de trabajo

"Proust alteró el concepto de novela”

–Está satisfecho con su trabajo y por haber sido el único traductor que hasta el momento se ha enfrentado en solitario a esta obra?
–Alguien tenía que hacerlo. La edición anterior, la que empezó en 1920 Pedro Salinas y terminó en los 60, estaba muy atrasada. Todos los textos se habían quedado viejos porque la parte de póstumos de Proust, es decir, el último tomo, la revisó su hermano a los cinco años de su muerte. No era especialista ni tenía mucho conocimiento sobre qué pasaba con la historia del hermano, así que hizo lo que pudo. Después hubo otra edición en los años 50 un poco más acorde, pero en las últimas cinco décadas la investigación proustiana se ha multiplicado. De modo que los textos han cambiado bastante y, sobre todo, es imposible que un lector, por muy culto que sea, pueda leer a Proust sin un apartado de notas que sitúe todas las alusiones históricas, sociales, guiños personales…

–¿Esas anotaciones son imprescindibles?
–Para una lectura inteligente de Proust, sí. El autor incorpora muchas anécdotas, sucedidos, episodios, historias de gente muy vinculada a él. Por eso he incluido las anotaciones, para que si el lector no sabe a qué corresponden y quiere averiguarlo, pueda recurrir de ellas. Además, en el diccionario de personajes que añadí en el primer tomo están todos aquellos amigos, conocidos y relaciones de Proust que han aparecido en la novela.

–Proust es considerado el mejor escritor del siglo XX. Sin embargo, este reconocimiento no se corresponde con un conocimiento real entre los lectores. ¿La calidad y la popularidad, en este caso, no han sido compatibles?
–En este caso como en todos. Parece que se oponen comercialización y calidad. Los tres grandes del siglo son Proust, Kafka y Joyce. El de lectura más fácil es Kafka, por eso tiene más ventas y más predicamento. Y el de más hondura es Proust. Quizá Proust y Joyce tienen problemas de lectura; Joyce porque su escritura es distinta, de vanguardia, y Proust por su forma de escribir en profundidad, con frases tan largas. No es que las hiciera largas por capricho, sino para reflejar cómo son los meandros de nuestra cabeza cuando pensamos, sin nexos gramaticales.

–¿Cuál es la recomendación entonces para que un lector se enfrente con éxito a la obra?
Tener ganas de leer una novela absolutamente fundamental y saber que requiere una lectura pausada. Hay algo que puede ayudar mucho y que me ha comentado algún lector. He incluido en todos los tomos unos resúmenes indicando las correspondientes páginas numeradas. Diseccionando la novela establezco acciones distintas, de modo que el lector, si empieza por el resumen, se encuentra con que hay cortes, acciones que tienen una entidad en sí misma que le ayudan a saber lo que va a leer. También, cuando vaya leyendo el libro y deje de hacerlo durante unos días, puede rememorar lo ya leído y continuar.

–¿Cuál es la dimensión literaria de la obra y cuál es la de su visión del ser humano?
–No hace una descripción del ser humano sino de múltiples seres humanos vistos desde una realidad interior. Proust trató de ver cómo pensamos, cómo sentimos, cómo una y otra vez damos vueltas a las cosas. Por eso no hay acción. La acción se remansa porque la está pensando y porque lo que analiza son los sentimientos. Aunque no es eso exactamente, en la historia de la literatura aporta lo mismo que Joyce; el monólogo interior. Su mayor hallazgo es que descubre, aunque quizá otros como Chateaubriand y Leopoldo Alas Clarín lo hicieron en parte, cómo determinados elementos nos remiten a otro momento de nuestra vida. Todo el mundo sabe lo de la magdalena, pero a lo largo de la novela hay muchos más elementos que devuelven al narrador a la infancia. Esa memoria involuntaria la tenemos todos y se nos despierta en determinados momentos.

–¿Traducir esta obra le ha llevado a redescubrirla?
–Claro. Una cosa es la lectura y otra la edición anotada, donde tengo que ser responsable de toda la acción para orientar al lector. Proust escribió el principio y el final en el mismo momento y después fue incorporando el resto. El lector, con una diferencia de 3.000 páginas, no se acuerda al final de que hay una alusión a aquello del principio que fue escrito en el mismo momento. Tengo que estar al tanto para hacerle una llamada y advertírselo.

–¿Qué aporta la traducción respeto a ediciones anteriores?
–Primero un mayor rigor, porque la forma de traducir de hoy no es la misma que la que había a principios de siglo. Salinas no tanto, pero en aquella época eran más libres. Es decir, desarrollaban la novela, la hacían más amable. Y después, la fijación de los textos. Salinas tradujo sin saber cómo iba a terminar la novela. Empezó con el primer tomo y el segundo en un momento en que ni siquiera estaba publicado el cuarto. Por tanto, yo puedo tener una idea mucho más completa de la novela, de lo específica que es para Proust cierta terminología, sé cómo ha cerrado las acciones... y eso Salinas no sabía. Y sobre todo, ahora un traductor no inserta nada en el texto aunque lo sepa, como hizo Salinas con una alusión de Proust. Por otra parte, cada 50 años el lenguaje cambia y a los grandes clásicos hay que volver a traducirlos.

–¿Los intelectuales españoles le han hecho justicia a Proust?
–Sí y no, como siempre. Lo aceptan muy bien por ejemplo Azorín, Ortega, Josep Pla; quedan fascinados por el lenguaje y por la forma. Sin embargo, hay otros que no. Baroja, en su biografía, arremete contra Proust. Pero claro, si coges el estilo de uno y otro, es evidente que Baroja no podía entender lo que hacía Proust. Machado lo acepta con muchas reservas. Creo, probablemente, que es por el concepto que tenía de la claridad ante todo y porque Proust le parece oscuro, aunque en realidad no lo sea. Posteriormente, en los años 50, la izquierda francesa se equivocó con Proust. Al terminar la segunda guerra mundial, Jean Paul Sartre, líder del poder intelectual que acapara la izquierda, arremete contra él. Entonces aparece una biografía con nuevos documentos, la de André Malraux, muy importante sobre todo por el momento. En los tiempos más modernos y pese a Sartre, Proust se impone. La nouvelle vague en cine, la nouveau roman en literatura, ya admiten que el estilo de Proust ha alterado absolutamente todo el concepto de novela. Este cambio llega bastante bien a España y por ejemplo, Juan Benet es uno de sus defensores.

–¿Y quiénes son los dos poetas detractores a los que alude en una nota del último volumen?
No doy los nombres por no estropear el libro. Uno dijo que prefería a Marcel Schwob, escritor de relatos breves, antes que a Proust. Se trata de Luis Alberto de Cuenca. El problema está en que, cuando lo dijo, era secretario de Estado de Cultura del PP. El segundo me espetó que “Proust es un imbécil”. Fue César Antonio Molina, que en la época del PP era secretario del Círculo de Bellas Artes y ahora es el director del Instituto Cervantes. Pensar que la cultura española está en manos de gestores como éstos es como para hacerse una idea de su situación.

–¿En España se ha hecho justicia a los traductores?
–No, ni se les ha hecho ni se les hará. Una de las cosas más importantes para la industria cultural es rebajar costos; el del papel no lo pueden discutir, pero sí el del traductor. Hay por ahí un pastel del que no se benefician los que están abajo de forma proporcional al gran desarrollo que ha habido.

–¿Qué opinión le merece la política cultural?
Me puedo hacer una idea y mala. Los últimos cuatro años del PP, con Luis Alberto de Cuenca y Pilar del Castillo, han sido catastróficos. Se esperaba que en este año y pico se empezaran a producir cambios, pero la cosa no se ha movido demasiado. Evidentemente no es lo mismo la programación del Centro Dramático Nacional de ahora que la que había antes, pero la inyección que el Gobierno está dando en la vida social no la está aplicando al mundo de la cultura.

–¿Qué le parece la celebración del año del Quijote?
–Mucha foto, pero no creo que vaya más allá. A los que a los 45 años no hayan leído El Quijote no sé si les va a afectar mucho. La gente no lee El Quijote porque no “sabe leer” y no se da cuenta de que es uno de los libros más divertidos del mundo. Las disculpas son miles, pero lo único que enmascaran es que a la gente no le apetece porque no le han enseñado, porque no tienen una cultura de la lectura. Es contra lo que habría que luchar y, sobre todo, en lo que había que formar a los niños.

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