domingo, 19 de junio de 2011

Marietta Gargatagli y una excusa para decir lo que quiere en dos partes: hoy, la primera


Primera parte de dos artículos de Marietta Gargatagli, publicados en El Trujamán, a propósito de Josefa Amar y Borbón, misteriosa traductora citada por Marcelino Menéndez Pelayo. Hoy, el correspondiente al 5 de mayo pasado.


La dama aragonesa:
Josefa Amar y Borbón (I)

Marcelino Menéndez Pelayo, en una nota al pie de página del tercer capítulo dedicado al siglo xviii de Historia de las ideas estéticas en España, decía lo siguiente: «Las obras de Lampillas1 fueron traducidas al castellano por una dama aragonesa, D.ª Josefa Amar y Borbón». La referencia era enigmática y aunque pude averiguar quién era la —para mí— desconocida traductora, conservó parte de misterio hasta que di con una biografía —cuya lectura fue un placer— de María Victoria López-Cordón, llamada Condición femenina y razón ilustrada. Josefa Amar y Borbón.2

Hay en este libro dos argumentos sobre la traducción que me gustaría retomar. El primero de ellos recuerda una habilidad perdida en esa turbamulta que es el mundo y, a veces, la enseñanza de las lenguas. El segundo (en un próximo trujamán) repite un tópico que deberíamos aceptar y luego rechazar.

Expone la autora de la biografía que Josefa Amar recibió una educación humanista extraordinaria para una mujer de su tiempo: aprendió en su juventud las lenguas modernas: inglés, francés e italiano, y también las lenguas clásicas a las que López-Cordón llama sabias (y no muertas)  porque «permitían acceder a las verdaderas fuentes de la cultura y diferenciar mejor los verdaderos valores de la moderna». Al verter al castellano a Jenofonte, Plutarco, Ovidio, Cicerón, Terencio, Vives, Fray Luis de León, Nebrija o Arias Montano alcanzó un dominio del griego y del latín que después le permitió comprender sin mediación de otras lenguas las complejidades de Bacon o de Leibniz. En ese recorrido lingüístico, «la precisión en la traducción» le sirvió para organizar su mente de modo científico y eficaz.

Este es el primer argumento que me interesa porque recuerda algo inherente a la traducción que casi se ha perdido. Antaño, en el aprendizaje de las lenguas modernas, la traducción era un instrumento tan formativo como en las lenguas clásicas. Enseñaba exactamente lo que dice María Victoria López-Cordón: rigor verbal, porque el aprendiz no quedaba librado a las locuras o las esterilidades de su creatividad: debía producir un texto que coincidiera con otro, que poseía complejidades sintácticas y retóricas que suponían desafíos implacables para el intelecto. De ese modo, se aprendía a escribir mejor en el idioma materno; también se profundizaba hasta el infinito en los misterios de la lengua extranjera que la descripción gramatical, el mero uso oral o la lectura amena están muy lejos de desentrañar. De esas destrezas adquiridas son testimonio elocuente las obras que escribió y las traducciones de Josefa Amar y Borbón. Su prosa clásica fue elogiadísima en su tiempo y que Menéndez Pelayo no se preocupara de subrayarlo se debe sólo a que damas, señoras y señoritas quedaban, en general, fuera de su obra.
  • (1) Copio la referencia de Menéndez Pelayo: Ensayo histórico-apologético de la Literatura española contra las opiniones preocupadas de algunos escritores modernos italianos. Traducido del italiano por doña Josefa Amar y Borbón. Segunda edición, corregida, enmendada e ilustrada con notas por la misma traductora. (El volumen VII contiene Respuesta a los cargos recopilados por el Abate Tiraboschi, etc., etc. Va añadido un índice alfabético de autores y materias, formado por la traductora). Madrid, P. Marín, 1789. Siete tomos 8.º, como los del original. volver
  • (2) María Victoria López-Cordón Cortezo: Condición femenina y razón ilustrada. Josefa Amar y Borbón, Colección Sagardiana, Estudios Feministas, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2005. Todos los entrecomillados del texto citan esta obra. volver

No hay comentarios:

Publicar un comentario