viernes, 4 de noviembre de 2011

Un prólogo que vale la pena releer

Poeta y traductor venezolano, Alfredo Silva Estrada (foto) tradujo, entre muchos otros textos La parti pris de choses, de Francis Ponge, que publicó en 1971 Monte Ávila Editores con el título De parte de las cosas. Si se dejan de lado los dos poemas de Ponge traducidos por Borges para el número especial de la revista Sur, dedicado a las letras francesas, allá por los años cuarenta y tantos, y algún poema suelto que tradujera el poeta argentino Enrique Molina en la década siguiente, la de Silva Estrada es una traducción pionera. Según el escritor argentino Juan Sasturain, que enumera las traducciones disponibles, "es horrible la versión de Diego Martínez Torrón de Piezas, publicada por la española Visor en 1985; es muy buena e inteligente la copiosa Métodos que encaró con sensibilidad y cuidado Silvio Mattoni para Adriana Hidalgo en el 2000, y es sobre todo rara y apasionada la Antología que hizo el chileno Waldo Rojas en 1991 para la editora Lar, de Concepción". Y Sasturain –quien probablemente no conocía otras ediciones españolas posteriores a la de Adriana Hidalgo– concluía: "Siempre será poca cosa con Ponge".
Las razones de esta afirmación no se refieren sólo a la extensión de la obra del poeta francés y a todo lo que está pendiente de traducción, sino, fundamentalmente, a la dificultad que plantea a los traductores. Por ello, tal vez sea interesante releer el prólogo de Silva Estrada a esa vieja edición venezolana, el cual, por cortesía del poeta colombiano Ramón Cote, se ofrece a continuación.


Acerca de la dificultad global y plural

Traducir poesía es realizar, cuando no un mero acto fallido, un acto de equilibrio inestable (imposible) entre dos imposibles: literalidad y fiel correspondencia, tensas y en vilo por apego y respeto al texto original.

Pero de esta relación, de esta tensión entre dos términos ideales no resulta un tercer imposible sino un segundo cuerpo cuya realidad tiene sentido por aproximación a ese primer cuerpo irremplazable que es el original mismo. Entonces, traducir poesía es aproximarse, aceptar el reto (relever le défi, locución grata a Ponge), y aceptarlo a sabiendas de que, por mucho que tengamos presente aquel escrúpulo de que hablaba Simone Weil, "el escrúpulo religioso de no agregar nada", habremos de agregar, a pesar nuestro, precisa y paradójicamente por apego y respeto al texto original, y habremos de aceptar la porción intraductible, irreductible, no con fácil resignación sino con el esfuerzo de extremar nuestra vigilancia sobre la t ensión de ese equilibrio inalcanzable entre literarlidad y fiel correspondencia y, a la vez, entre ese primer cuerpo que va a suscitar un segundo cuerpo por aproximación.

Sabemos que, así como sería preciso considerar, en los mejores casos, según Ponge, "una retórica por poema", sería preciso inventar, o descubrir, una dialéctica por traducción: porque el cuerpo primero suscita a su manera sus relaciones, sus exigencias, sus equilibrios especiales. Y el placer de traducir se combina cada vez de manera diferente con la dificultad de traducir.

Pocas veces, debo confesarlo, a lo largo de mi experiencia de traductor, este placer había estado tan íntima y complejamente unido a su dificultad como en la traducción de Le Parti Pris de Choses. Si es cierto que, siempre, en una t raducción poética, al aceptar el reto partimos de la t oma de conciencia de que vamos a efectuar, mediante una segunda concreción, una apasionada aproximación y no, en manera alguna, a sustituir lo insustituible, también es cierto que esta aproximación se hace mucho más riesgosa cuando es a la obra de un poeta que tuvo, entre sus primeros designios, hacer amar las palabras no tanto por su significación como por su presencia –un poeta que se propone un vuelco, una perfección, un imposible: describir las cosas, para no lesionarlas, desde el propio punto de vista de las cosas, un poeta que trata de entregarnos "los recursos infinitos del espesor semántico de las palabras", un poeta, en fin, cuya aspiración, como diría Sartre, es que sus poemas constituidos por palabras-cosas, sean también cosas ellos mismos, tengan la realidad ineludible de las cosas.

El cuerpo verbal en español de Le Parti Pris aquí propuesto, toma sentido y, ante mis ojos, creo que se justifica por una toma de posición intencional, la cual me sirvió de punto de partida y se mantuvo como programa de trabajo, como norma de conducta, en cada una de las etapas de la traducción: tomar partido por Le Parti Pris, o sea, adoptar su punto de vista, tenerlo presente (así mismo: como una presencia), dejar temporalmente fuera de mí, como fuera de una suerte de paréntesis fenomenológico, toda intención poética que no estuviese contenida en el cuerpo verbal al cual deseaba aproximar un segundo cuerpo. Hasta dónde sea posible alcanzar esta objetividad, no lo sé. Pues el lenguaje, "esa verdadera secreción común del molusco hombre", se modula no sólo según los espesores de cada provincia, de cada idioma, sino t ambién, querámoslo o no, según las virtudes y defectos que constituyen la historia y la experiencia personal de cada individuo de esta especie.

La idea de "esa verdadera secreción común del molusco hombre", relacionada con aquel "espesor semántico de las palabras" entregándonos "el espesor de las cosas", puede resumir toda la complejidad de la traducción de Le Parti Pris. Porque, ¡qué provinciano es Ponge! ¡Qué maravillosamente apegado al terrón de la provincia de su lengua! De allí que, algunos años después de la publicación de Le Parti Pris, escribiera en su My Creative Methode: "Se trata del objeto como noción. Se trata del objeto en la lengua francesa, en el espíritu francés (verdaderamente artículo del diccionario francés)". ¿Y qué otra universalidad puede alcanzar la poesía sino a partir del arraigo y del proceso de excavación –a menudo evolución, subversión, refrescamiento– en la parcela de cada idioma? Es imposible trasladar la secreción, la concreción particular, pongiana a la parcela de nuestro idioma. Pero es posible, sí, mediante un acto de apasionada y vigilante aproximación, crear un cuerpo verbal que se justifique por la fidelidad a la fuerza nominativa que anima el texto original.

Fuera nominativa... Aquí radica, simplemente, la correspondencia, o equivalencia posible, o real concordancia, entre "el espesor de las cosas" y "el espesor semátnico de las palabras". La nominación es, tal como señala Sartre, la preocupación orinal de Ponge. La nominación es "la dicha", "la salud del contemplador" ("Introducción al Guijarro"), lo que determina el renacer del espírtu ("Recursos ingenuos") yh lo que da sentido a esas palabras-cosas que amamos, ante todo, por su presencia, pero que, no obstante, dicen algo, significan, no se cierran en la opacidad completa de la cosa o, lo que es lo mismo, en su transparencia inefable. Es la nominación, a fin de cuentas, lo que hace posible la aventura de la traducción poética: aproximar un segundo cuerpo a un primer cuerpo verbal, irremplazable.

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