martes, 12 de febrero de 2013

Una encuesta para traductores (8)

Dos nuevas respuestas para la encuesta sobre traductores y traducciones, del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires.

Florencia Baranger-Bedel
Nacida en Buenos Aires en 1968, es profesora y traductora independiente de francés, especializada en arte, cine, psicoanálisis y poesía. Tradujo gran cantidad de guiones cinematográficos, y monografías de artistas(Pira, monografía sobre el artista Tomás Espina, 2010; Gabriel Valansi, 2013), entre otros. Próximamente se publicará La pareja y su historia, del psicoanalista francés Éric Smadja (Biblos) y No dormían, de Jacqueline Mesnil-Amar (Lom). Administra el blog de traducción de poesía Las Egerias (lasegerias.blogspot.com.ar).Lleva a cabo la dirección de gestión, comunicación y producción para el artista Jacques Bedel. Ha colaborado en la producción y realización de exposiciones como Ficciones en la sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta (2005), Le mille e una notte(Roma, 2005), PoliticalCrimes (Londres, 2008), Aproximaciones (MNBA, 2008), Bedel+Benedit+Testa, 30 años del Recoleta (2010), Jacques Bedel (Macla, La Plata, 2010), Elogio de la sombra (Córdoba, 2011), Elogio de la sombra (Punta del Este, 2012), La ira de Dios (París, 2012), entre otras y en sus respectivos catálogos, como coordinadora editorial y traductora.
 
1) ¿En que se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
Se parecen en que exigen cierta creatividad y trabajo artesanal.
Se diferencian en la posibilidad que tiene la escritura de ser eminentemente libre e ilimitada en sus posibilidades y expectativas. La traducción, en cambio, está siempre sujeta a un original y se debe a él aún cuando al traducir se ejerce cierta libertad a la hora de elegir una posible traducción entre tantas otras posibles. Pero el éxito consiste en “conformar” al original.

2)¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
Considero que no “debe” nada per se. Dependerá de cada caso y tanto de las posibilidades que ofrezca el texto, como del traductor, e incluso del destinatario de la traducción.

3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
De ninguna manera, la traducción debe ser siempre más visible. El traductor que quiera visibilidad deberá ver qué posibilidades tiene de ser él mismo un autor que busque visibilidad. Quiero decir que “somos el puente, no la meta”, pero la meta es siempre la traducción. Sin eso, el trabajo del traductor no existe, por lo menos, no existe de manera visible. Como traductores estamos también sujetos a las posibilidades que nos ofrezca el texto de partida. Es un discurso que necesariamente estará limitado y forzado a ajustarse a un original. Si bien es un trabajo que requiere creatividad, diría que es más artesanal que artístico. La creación está en el original. Dicho esto, el traductor sí merece ser visible como lo que es “un traductor”, un intérprete de una lectura posible entre tantas otras pero de algo que “creó” otro. Dicho esto también, el traductor, humilde y solapadamente, también busca ser reconocido.
 

Damián Tabarovsky

Foto: Barbara Scotto
Nació en Buenos Aires en 1967. Es escritor. Es director editorial en Mardulce Editora (www.mardulceeditora.com.ar) y columnista del suplemento Cultura del diario Perfil. Tradujo, entre otros, a Raymond Roussel, Louis-René des Forêts, Copi, Edmond Jabès, Jules Supervielle y Jean Echenoz.

1) ¿En qué se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
Es una pregunta que, imagino, me deja en una situación de cierta singularidad, por el hecho de no ser yo un traductor profesional, sino más bien un escritor que accede a la traducción solo cuando el texto a traducir me interesa, me inquieta, surge el deseo de traducirlo. Nunca traduje por encargo (por cierto, tampoco nunca escribí ficción por encargo). En ese sentido, para mí, la traducción es la continuación de la escritura por otros medios. Traduzco poco, escribo poco. Entonces muchas veces funciona como un precalentamiento, como una vuelta a la escena de la escritura (la computadora, mi escritorio, el cenicero) cuando hace mucho que no escribo, y quiero retomar el hábito, para luego escribir una novela. Otras veces, aprovechando el hecho de que desde hace años trabajo como editor literario, me sirve para poner en circulación libros que me parecen extraordinarios y a los que quiero, egoísta, traducir yo mismo, como El hombre de la pampa, de Jules Supervielle, hace tiempo en Interzona; o Un año, de Jean Echenoz, más recientemente en Mardulce.
Nunca traduje un libro que haya descubierto últimamente. Traduje siempre libros o autores que vengo leyendo hace mucho, a los que hice “míos” mucho antes de traducirlos. Esas traducciones o algunos artículos de crítica literaria o algunas columnas en el diario, funcionan como un territorio, como un mapa imaginario –heterogéneo y cargado de tensiones internas- por donde luego se inserta mi propia escritura (por supuesto, siempre mucho menos atractiva que la de los autores que traduje).

2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
Me parece que no hay modo de ocultar las marcas del original. En todo caso, me gusta que queden, como en filigrana, vestigios de la lengua o la sintaxis de origen. Una lengua también se hace de otras, de ingresos de otros modos, otras hablas en el habla cotidiana, en el idioma local. Esta es una dimensión sutil, difícil de describir y mucho más aún de evaluar (lo que remite finalmente a la pregunta, casi imposible, por saber qué es una buena traducción) pero que me parece central. En una traducción, el castellano es la lengua de llegada, eso implica darle lugar -como un pliegue, en algún recodo- a la lengua de partida. De lo contrario, la lengua de llegada aplana la densidad cultural que trae el texto a traducir.

3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
¡Esperemos que no!

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