sábado, 2 de marzo de 2013

Una encuesta para traductores (24)

En la anteúltima entrega de esta encuesta, una traductora irlandesa y un traductor argentino.

Lorna Shaughnessy
Aunque nacida en Belfast (Irlanda del Norte), vive en County Galway (República de Irlanda), donde enseña en la universidad local. Como poeta ha publicado Torching the Brown River (2008) y Witness Trees (2011). Como traductora, ha publicado fundamentalmente poesía; entre otros autores, Pura López Colomé, María Baranda, Manuel Rivas, Chus Pato, etc.

1) ¿En qué se parecen la traducción y la escritura?  ¿En qué se diferencian? 
Evidentemente la traducción literaria (y sobre todo la de poesía) exige no sólo conocimientos lingüísticos muy desarrollados, sino también una sensibilidad literaria muy desarrollada, y la misma amplitud de formación como lector en la literatura de ambos idiomas de la que necesita cualquier escritor. También son importantes los elementos lúdicos y de riesgo. Como cualquier escritor, el traductor tiene que saber ‘jugar’ con las palabras, y también arriesgarse para sacar resultados.
 ¿En qué se diferencian?  La traductora no tiene la misma angustia de empezar enfrentada a la página blanca, pero, por la misma razón, tampoco tiene tanta libertad, y tiene que trabajar dentro de esquemas y estructuras ya definidas por la autora. Hay que ser contorsionista a veces, y saber hacer malabarismos. A pesar de no empezar con la página blanca, yo diría que la traductora se arriesga más aún que la escritora. 

 2) ¿Debe ocultarse o notarse el hecho de que un texto sea traducción de un original? 
No me han resultado conceptos útiles a la hora de decidir estrategias par traducir. Como todas las prescripciones son excesivamente absolutas. Para algunas cosas habrá que ser invisible, para otras (quizá para aprovechar una posible compensación en el idioma de destino) más visible. En mi experiencia  la mayoría de los escritores no quiere que su obra sea traducida de una manera foreignising.

3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción? 
No. El momento en que ocurra, la traducción se convierte en versión. Para mí son dos cosas diferentes. Me encantan las traducciones que Paul Muldoon hizo de Nuala Ni Dhomnaill, por ejemplo, pero se han convertido en versiones de poemas de ella "en el estilo de’" Muldoon.

Eduardo Berti
Nacido en Buenos Aires, en 1964, ha publicado los libros de cuentos Los pájaros (1994, Premio-beca de la Revista Cultura) , La vida imposible (2002, Premio Libralire) y Lo inolvidable (2010), los aforismos y mini-prosas de Los pequeños espejos (2007) y las novelas Agua (1997), La mujer de Wakefield (1999, finalista del Premio Fémina), Todos los Funes (2005, finalista del Premio Herralde), La sombra del púgil (2008) y El país imaginado (2011/12), Premio Emecé 2011 y Premio Las Américas 2012. Como antólogo ha editado Nouvelles, antología del nuevo cuento francés (2006), Galaxia Borges (2007, en coautoría con Edgardo Cozarinsky) , Galaxia Flaubert (2008) , Los cuentros más breves del mundo, de Esopo a Kafka (2009), Fantasmas (2009) e Historias encontradas (2010), entre otros. Es director literario de la editorial La Compañía. Ha traducido los cuadernos de apuntes de Nathaniel Hawthorne, los Cuentos glaciales de Jacques Sternberg, el ensayo Novelas y novelistas de Harold Bloom, las Memorias de Joseph Grimaldi de Charles Dickens, Con Borges de Alberto Manguel y diversas novelas como Lady Susan, de Jane Austen, La muerte del corazón, de Elizabeth Bowen, o Gabrielle de Bergerac, de Henry James.


1) ¿En qué se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
 La traducción es escritura. No se puede traducir sin tener dotes de escritor. Pero hay ciertas dotes necesarias para escribir que el traductor no usa: son las que atañen a la invención “desde cero”o “totalmente libre” (entre comillas, claro) de un  texto. La escritura “de escritor”, desde ese punto de vista, es creación. La escritura “de traductor”, desde ese punto de vista, tiene más de re-creación: escritura propia a partir de una escritura ajena. Aunque el símil no sea totalmente exacto, suelo comparar a la escritura con la tarea creativa de los compositores musicales y la traducción con la tarea creativa de los intérpretes. De hecho, a veces me pasa que me siento frente al teclado, abro el libro que estoy traduciendo como si fuera una especie de partitura y me digo: “Bueno, toquemos un poco de Flaubert esta mañana…”.

2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
 Resulta vano e imposible ocultar que un texto es una traducción. Y no veo la conveniencia ni la razón para hacerlo. En contrapartida, me molesta (como lector) cuando una traducción está saturada de “contaminaciones” de la lengua original: galicismos, anglicismos, etcétera. O sea, cuando se transparentan demasiado el texto y la lengua original y no hay verdadera recreación. En cambio, lo admito, no me disgusta cuando hay leves “marcas”, ligeras pistas, que no ocultan las huellas y los sabores originales… Lo ideal, a mi juicio, es un difícil término medio. Es decir, no caer tampoco en una “estandarización” del estilo personal del autor en nombre del supuesto ideal de que “no se note” que es una traducción.

3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
 ¡No! Yo prefiero, de hecho, que el traductor sea lo más invisible posible. La reina es la traducción. Es, en el fondo, como en los partidos de fútbol: cuánto menos visible es el árbitro, menos conflictivo es el arbitraje y mejor se nos hace el partido. Ya sabemos, claro, que hay árbitros “sacapartidos” que tratan de pasar inadvertidos a cualquier precio… Pero no hablo de eso. Hablo de una buena y concienzuda tarea que, en consecuencia, se haga poco y nada visible.


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