jueves, 3 de julio de 2014

"Detritus, despojo, resto abandonado a sí mismo"

En su columna dominical del diario Perfil, Guillermo Piro publicó lo que sigue el domingo 29 de junio pasado.

La traducción como tributo

“Cualquier cristiano que no es un héroe es un cerdo”, dijo Léon Bloy, frase con la que se ganó el odio de Emile Zola, Guy de Maupassant, Renan y Anatole France. A esta altura me preocupa poco ganarme más odios, de modo que aquí va mi variante: “Cualquier escritor que no es un traductor es un cerdo”. No sé si Bloy se dedicó a justificar su afirmación, pero es así como yo justifico la mía.

 Desconfío enormemente de cualquier escritor que no considera que el fruto de su pluma es mierda. Mierda en sentido figurado, naturalmente, pero mierda al fin. Mierda en el sentido de detritus, de despojo, de resto abandonado a sí mismo y del que es necesario alejarse lo antes posible. Mierda. Cultivar la propia obra como un huerto sagrado es signo de muchas cosas, pero entre todas esas cosas están el cretinismo, la inseguridad, la estupidez, la ignorancia, la necedad y hasta cierta suspicacia.

El modo que muchos escritores tienen y tuvieron para pagar la deuda que implica lanzar la propia mierda al mundo sin que nadie se lo pida consiste en colaborar para poner en circulación la obra de otros. Algunos lo hacen editando, otros corrigiendo, pero está bien visto que un escritor, al menos una vez en la vida, se ocupe de traducir. Peter Handke lo hizo una vez, dedicándose a volcar al alemán un par de novelas de su amado Emmanuel Bove: después de eso, pudo seguir publicando su mierda en paz. Hasta Mario Benedetti, el prototipo del escritor que nadie debe ser, tuvo la suficiente altura moral como para equilibrar el peso de su propia mierda con la traducción de Tres mujeres, de Robert Musil. Es sabido que Julio Cortázar tradujo a Gide, a Yourcenar, a Poe y a Daniel Defoe: otro buen modo de equiparar los tantos. Borges tradujo a Whitman, y la cuenta está saldada. Alejandra Pizarnik, a Marguerite Duras. Cabrera Infante tradujo a Joyce (no el Ulises, sino Dublineses). Haruki Murakami tradujo a Raymond Carver, a John Irving y a Paul Theroux. Thomas de Quincey, a Ludvig Holberg. La lista es interminable. Todos ellos son de algún modo grandes fabricantes de mierda. Se me dirá que lo que querían esos autores era medirse con los grandes frutos que ha dado la literatura universal, pero yo creo que no, que lo que querían era pagar una deuda.

Naturalmente, están los traductores que sólo traducen y que se privan de seguir llenando de mierda el mundo. Mi más sincero respeto para todos ellos. Mi más sincero respeto también para todos aquellos preocupados por poner en circulación una literatura mejor que la propia, que antecede a la propia, o que la explica o la comenta, o que simplemente la anula. Pero esos escritores que se dedican solamente a escribir, como si eso fuera importante, como si hiciera falta o como si estuviéramos esperando tal cosa, bueno, esos escritores pueden ser llamados lisa y llanamente cerdos. Porque otra vez, como decía Léon Bloy, “el peor mal no es el delito cometido, sino no haber obrado el bien que uno podría haber hecho”


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