jueves, 18 de diciembre de 2014

Leonora Djament, directora editorial de Eterna Cadencia, con claridad e inteligencia

En el marco del programa de actividades para profesionales de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, el pasado 1 de diciembre tuvo lugar una mesa redonda cuyo tema fue “Edición independiente en México y en Argentina: presente y futuro”. Los participantes fueron los mexicanos Eduardo Rabasa (por editorial Sexto Piso) y Guillermo Quijas (por Almadía) y los argentinos Maxi Papandrea (por la editorial La Bestia Equilátera), Juan Ezequiel Álvarez (por Caja Negra) y Leonora Djament (por Eterna Cadencia). La mesa transcurrió por los carriles habituales hasta la intervención de la última ponente, quien, con inusual contundencia y una claridad que acaso no tuvieron sus compañeros, definió a la perfección la situación del sector y las tareas pendientes, ganándose el mayor aplauso y la aprobación de un público altamente calificado.

Redes

¿Cómo hacer para leer a un autor ecuatoriano en la Argentina o un autor uruguayo en Guatemala? En las últimas décadas, al menos hasta hace unos pocos años, se había vuelto prácticamente imposible leernos entre americanos; salvo, claro está, que se trate de un escritor latinoamericano que haya sido elegido previamente por una editorial grande española y, así, pueda hacer este absurdamente largo (¿o largamente absurdo?) recorrido: salir de Venezuela, por ejemplo, habiendo sido publicado en España, para volver a América con el aval editorial peninsular. No solo se trata de un recorrido absurdo y largo, decía, sino costoso, colonial y poco atractivo.

Efectivamente, España sigue funcionando real y simbólicamente como centro de legitimación literaria. Pareciera que sigue siendo necesario que un suplemento literario o una editorial española consagren a un escritor americano para que éste sea leído en su país natal y alrededores. Miramos con más detenimiento, a veces, qué latinoamericanos descubre Anagrama o Mondadori y prestamos menos atención a lo que publican las editoriales presentes en esta mesa o los atractivos libros de Alquimia, Cuneta o Animal de invierno.

Y lo curioso es que esta circulación dificultosa de los libros por América Latina es algo que les sucede tanto a las editoriales grandes como a las pequeñas, por diferentes motivos. Falta de interés, falta de estructura o falta de financiamiento son los obstáculos internos que tienen las editoriales para mover sus libros. Esa es una parte del problema.

Por otro lado, todos los que estamos sentados sabemos que los problemas regionales que dificultan la circulación de libros en papel en América Latina son muchos y siguen siendo los mismos: los costos de trasportes son muy altos, los correos suelen ser poco eficientes, hay países que todavía cargan con IVA al libro, hay múltiples aranceles diversos que vuelven todavía más caro al libro, las compras son más o menos pequeñas porque las ventas no son altas, el universo de los lectores no crece en la escala que quisiéramos, las dificultades para cobrar en tiempo y forma son de muy variada índole, entre otros problemas. A esta enumeración habría que agregar que no tenemos muchas librerías en América Latina o las tenemos concentradas en las principales ciudades, con falta de sistemas de gestión adecuados.

Ahora bien, no todo el panorama es tan previsible, afortunadamente. Las editoriales pequeñas y medianas latinoamericanas, entre las que sumo la experiencia de Eterna Cadencia Editora desde el año 2008, han adoptado como desafío propio la construcción de alternativas. Desde hace algunos años son las editoriales llamadas independientes las que han comenzado a recuperar las viejas rutas que unían a los países americanos entre sí. Y esto a partir de un trabajo en múltiples sentidos, pero que básicamente es creativo y de generación de vínculos.

Creo que gracias a la enseñanza forzada que implicó primero internet y luego las redes virtuales, hemos aprendido, emulado y practicado algo de la experiencia cibernética. ¿Qué aprendimos? El trabajo en redes, en múltiples direcciones.

Entendimos que no alcanza con tener un distribuidor o un librero que de tanto en tanto nos compre. Entendimos que es necesario crear y fomentar alianzas que vuelvan cada vez más sólidos los lazos entre editoriales y distribuidores, y donde los roles sean flexibles y reversibles. Estoy hablando de distribuciones cruzadas en algunos casos (yo te distribuyo y vos me distribuís), de coediciones, de intercambio de ediciones o impresiones (yo edito un libro tuyo y vos uno mío), traducciones compartidas, trueque de libros.

Esta es parte de la experiencia que llevamos adelante en Eterna Cadencia con editoriales y librerías latinoamericanas y también con editoriales argentinas con las que nos asociamos para trabajar colectivamente en ferias. Es un trabajo de alianzas, donde es necesario, en primer lugar, y antes que nada la afinidad: un mismo modo de concebir el libro, la industria, el catálogo.

Ahora bien, por todo este trabajo de alianzas, de redes, creo que tenemos que empezar a repensar el concepto de identidad de una editorial. Ya no sirve pensar en términos esencialistas aquello que distingue a una editorial sino que hay que empezar a pensar en un concepto relacional: una editorial es lo que es, pero también es lo que es en relación con, o en alianza con, en comunidad con. Y en todo caso, el asunto pasa por pensar cómo se puede construir un catálogo propio, único y, simultáneamente, en asociación con aquel que me distribuye, aquel que me imprime en otro país, aquel que publica algunos de mis autores en otra región. Cómo trabajar con, sin desdibujarse sino resaltándonos mutuamente, para seguir existiendo.

A la par de las asociaciones puntuales, me parece que hay que seguir apuntalando el papel de las librerías hoy. Tanto las cadenas como las librerías independientes –cada una con sus características- son todavía los lugares por excelencia donde nuestros libros están disponibles. Las librerías, en ese sentido, deben ser pensadas como un modo de organizar un mercado y no simplemente como un lugar de expendio de libros. Cómo queremos organizar este mercado es una de las preguntas que tenemos que seguir haciéndonos, para no estar todo el tiempo corriendo detrás de... (detrás de lo que dicta el mercado, lo que dictan las nuevas tecnologías, las reglas que imponen los grandes grupos y conglomerados empresariales).

Del mismo modo, las ferias del libro (tanto las pequeñas, locales, como las regionales o internacionales) tienen un rol importantísimo y no aprovechado todavía en su totalidad. Las ferias son uno de los lugares privilegiados donde pueden comenzar estas alianzas que mencionaba, estos intercambios, descubrimientos de catálogos; donde se pueden apuntalar las relaciones editores-libreros-distribuidores. Y son un lugar donde se puede seguir trabajando en la creación y profundización de lazos entre editores, libreros y periodistas culturales. Y los periodistas son clave en este entramado del que estoy hablando. Son quienes pueden hacer saber qué hay del otro lado de las fronteras y avivar el interés por otros textos. Este asunto debería ser parte de las agendas de los suplementos culturales, de diarios y revistas, así como también la interrogación sobre los modos de legitimación vigentes.

En definitiva, tenemos que seguir apropiándonos de las antiguas rutas latinoamericanas, pero sin voluntarismos. Hay que seguir trabajando en el “tendido” de redes afines entre editores, libreros y críticos latinoamericanos, que sean capaces de sostener y potenciar el trabajo de los escritores y editoriales locales. Y, por supuesto, esto debería ser también “una cuestión de estado”: literalmente, debería incumbirles a cada uno de nuestros países estos temas y cada uno de nuestros estados debería ser capaz de generar políticas productivas y de largo plazo.

Por el momento, seguimos trabajando en el tendido de redes entre países y en múltiples maneras diversas, creativas, novedosas de que nuestros libros lleguen a los lectores hispanoparlantes.

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