viernes, 27 de marzo de 2015

A ver: pensemos todos juntos en el siguiente problema que no es ni literario ni artístico

Publicado en el blog español Verba volant scripta manent (https://scriptaverba.wordpress.com/) de Bernat Ruiz Domènech, el siguiente artículo, fechado el 26 de marzo pasado, retoma, desde una perspectiva peninsular, la serie de entradas referidas a la baja de tarifas de traducción por parte de las grandes multinacionales de España y presenta la perspectiva de un futuro negro, que tarde o temprano puede llegar a alcanzarnos a todos. Una última observación: acaso el tema de la calidad literaria de las traducciones merecería unas cuantas aclaraciones por parte de quienes opinan en esta nota. O hay un problema de redacción o en el caso de los autores citados se deja entender que el descenso de las tarifas eliminaría a los buenos traductores españoles, dejando la tarea en manos de los malos traductores latinoamericanos. Como dice el refrán: el que se quema con leche, cuando ve una vaca llora.

Tras la senda de la deslocalización de la traducción literaria

El pasado 10 de febrero Penguin Random House en España comunicó a los traductores con los que suele trabajar una bajada unilateral de las tarifas sin posibilidad de negociación. Sin ser los primeros –RBA y Grupo Planeta llevan tiempo haciendo cosas parecidas con sus colaboradores– sí han levantado la liebre de un problema que va mucho más allá de una cuestión de tarifas y de un abuso de posición dominante.

Los editores que sacrifican la calidad de las traducciones se hacen un flaco favor a sí mismos y a sus lectores pero en este artículo no me centraré en la calidad literaria sino en las tendencias de la industria. La traducción literaria española está inserta en una industria que hace tiempo que muestra una clara tendencia a deslocalizar todos los servicios posibles. PRH y compañía no bajan las tarifas sólo porque su tamaño y poder de coerción se lo permitan: pueden porque tienen alternativas.

Según desvelaba recientemente la Sección Autónoma de Traductores de Libros de la Asociación Colegial de Escritores de España, la sucursal de Penguin Random House en Barcelona comunicó a los traductores con los que usualmente trabaja una reducción unilateral de tarifas: Susan Bernofsky, que aporta algo más de información que la propia ACE, lo cuenta así en su blog:

On February 10, 2015, Penguin Random House’s headquarters in Spain sent around an e-mail to all the translators whose work it publishes informing them that the rates paid for literary translations would be decreased starting on February 16, 2015. According to Carlos Fortea, president of ACE Traductores […], further correspondence with PRH representatives revealed that rates would be decreased between 6% and 15% depending on genre (fiction, nonfiction, etc.), and that the policy shift was non-negotiable.

Matilde Humarán, presidenta de la International Association of Professional Translators and Interpreters, también se opone a la exigencia de PRH porque dice que afectará a la calidad. Tal como indica en su carta de protesta en solidaridad con los traductores españoles:

The fact is that it takes many years to train and develop a translator who, in the end, contributes thousands of readers to your value chain, even creating new consumers from childhood. On the other hand, it might take only a few months to convince translators who are shown so little appreciation for their invaluable task to find work in another field with more reasonable prospects and remuneration

En ACE Traductores también ven la bajada unilateral de tarifas como un problema centrado en la calidad. Así reza el penúltimo párrafo de su comunicado:

Una política de bajas remuneraciones solamente puede redundar en un empeoramiento del producto que llega a las manos del lector. El profesional que cobra menos es un profesional que tiene que trabajar más horas para mantenerse, y eso solo conduce a un descenso de la calidad, al que los traductores nos negamos por razones éticas, profesionales y culturales.

Unir la remuneración a la calidad es un argumento comprensible pero se olvida que el español es un idioma hablado por más de cuatrocientos millones de personas. El mercado español de la traducción no comprende sólo España; en América Latina hay muchos y muy buenos traductores que trabajan a un precio sensiblemente menor que el peninsular. Los grandes grupos lo saben y tienen alternativas más baratas tal como se desprende de la lectura de este párrafo de un artículo aparecido en el blog del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires:

[…] una traductora peninsular que, por temor a represalias, pidió mantenerse en el anonimato, envió en forma privada al mail del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires el siguiente texto: “Con la compra de Alfaguara, Madrid envió a un ejecutivo a Barcelona. El tío, prepotente, ordenó bajar los costos un 10%. Encima, cuando vio las tarifas de los traductores de Barcelona opinó que se les había terminado el bien vivir. En Madrid se cobra menos y por tanto, amenazó a los de Barcelona con que, si no bajaban los precios, las traducciones se harían en Madrid. Unos aceptaron y otros no, pero al hombre le dio lo mismo porque bajó las tarifas por ‘decreto’. El próximo paso es que, si no bajamos la cabeza, las traducciones pasan a hacerse en Sudamérica”.

Bajen o no la cabeza, tarde o temprano la mayor parte de las traducciones pasarán a hacerse en América Latina. Las tarifas, en España, sólo podrán bajar hasta un punto por debajo del cual ya no será rentable ni siquiera encender el ordenador. Los traductores españoles, al menos muchos de ellos, pasarán a dedicarse a otra cosa porque con las tarifas de México, Colombia, Argentina o Chile apenas se puede vivir en España. Así de sencillo. Hace treinta años se deslocalizó la industria textil española y dejó de ser rentable fabricar la ropa aquí. Hace más de un lustro que los grandes grupos mandan buena parte de sus libros a imprimir a China. Dentro de poco esos grandes grupos mandarán sus traducciones a América Latina. Bueno, de hecho llevan mucho tiempo haciéndolo, aunque de una forma bastante peculiar, según cuenta Jorge Fondebrider[1], traductor argentino y editor del mencionado blog del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires:

La práctica de traducir para España es, para los traductores latinoamericanos, muy vieja. Somos claramente más baratos. Mi propia experiencia se remonta a los últimos veinte años. Sistemáticamente he traducido basura (nunca buenos libros) para editoriales grandes, medianas y pequeñas, que me han pagado significativamente menos que a los colegas españoles. Por darte un caso, donde ustedes cobraban 12 euros la cuartilla, a mí me pagaban entre 8 y 7. La explicación que siempre tuve fue que, a pesar de todo el cuidado que puse para “sonar” español, tuvieron que invertir en correctores de estilo para españolizar mi traducción, como si los lectores españoles fueran idiotas y no pudieran leer otras variedades de la lengua. La cosa no se reduce al léxico, sino, lo que es mucho peor, a la prosodia. Y ahí he visto desdibujarse textos que, en ocasiones, me tomé el trabajo de hacer sonar como correspondía. Ahí hay otro problema, porque, muchas veces, para justificar su presencia, el corrector de estilo ha alterado la traducción introduciendo cambios innecesarios (“cara” por “rostro” y “rostro” por “cara”, “ir a comprar pan” por “ir a por pan” que no funciona en ningún otro lugar más que en España) y, en más de una oportunidad, errores que no cometí. Por esa razón, porque el nombre que aparece es el mío y no el del corrector o el del editor, desistí de seguir firmando con mi nombre y empecé a multiplicar los seudónimos.

La bajada de tarifas no es un problema eminentemente literario o artístico. Eso sólo es la punta del iceberg. Lo verdaderamente importante es la tendencia que hay tras esa bajada. Las editoriales que puedan van a seguir deslocalizando todas las actividades posibles a aquellos países donde encuentren el talento a un precio más barato que el peninsular. Ya lo están haciendo –y seguirán en ello con mayor empeño– las grandes editoriales que tratan su producto con mentalidad industrial pero no debería sorprendernos que a medio y largo plazo también lo hagan las medianas y pequeñas editoriales. Para los grandes es una cuestión de mejorar sus márgenes; para los pequeños puede tratarse de una cuestión de supervivencia.

La deslocalización del grueso de las traducciones llevará parejo la paulatina pérdida de la centralidad del dialecto peninsular en las industrias culturales hispanohablantes. Poco a poco se irá imponiendo una realidad que muchos editores españoles han negado y que es la pesadilla de la RAE: las traducciones de allende los mares son tan buenas –o tan malas– como las peninsulares y no necesitan ningún tratamiento castizo para ser aceptadas por el poco más del 9% de hablantes del español que pueblan España. Porque ese es otro tema: la edición en español está dominada por un dialecto que habla una pequeña minoría del total de los hablantes. Los que se llenan la boca hablando de “la lengua común” suelen referirse a su particular variante dialectal.

Si en su día fue imposible luchar contra la industria textil china, turca o tunecina porque a igual calidad sus costes eran imbatibles, a corto plazo no hay nada que hacer ante la deslocalización de las traducciones literarias. Clamar por la calidad literaria es estéril, hay quien puede hacerlo igual de bien a mejor precio; intentar darle una solución industrial es imposible, la traducción literaria es algo que (todavía) depende de seres humanos. Lo que pasa es que ya no es necesario que esos seres humanos trabajen desde la península a precios peninsulares. Tal como decimos en Catalunya, país con antigua tradición textil: la traducció té mala peça al teler.
Nota para picajosos: que yo vea las cosas de esta manera no implica que me gusten. La deslocalización sucede a causa de las lógicas de un sistema que no comparto en muchos de sus aspectos. Lo preferible sería pagar a todos los traductores las mismas tarifas vivieran donde vivieran, pero mientras el precio del servicio lo siga marcando quien lo contrata con el ojo puesto en quien lo presta, las cosas no van a cambiar.

[1] Comunicación vía e-mail


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