martes, 26 de mayo de 2015

"Es como si nuestra lengua se vistiera de fiesta para recibir al texto original"

La periodista Silvia Hopenhayn, siempre atenta a la novedad en el campo de la novela (que es para ella lo único que importa en la literatura), a veces se distrae y le presta atención a lo realmente importante. En la ocasión, al fenómeno de la traducción local de clásicos, algo que viene sucediendo en forma sostenida desde hace ya muchos años, pero que sólo ahora ella parece descubrir. Así, en esta nota, publicada el 15 de mayo pasado en el diario La Nación, de la Argentina, celebra la aparición de nuevas versiones de La Divina Comedia y Ulises, de Dante Alighieri y James Joyce, respectivamente. También vuelve a El Doble, de Dostoievski, publicado por Eterna Cadencia hace ya dos años, pero olvida la magnífica colección de clásicos que, con nuevas versiones y tapas indigentes, viene publicando de manera sistemática la editorial Colihue o los muchos clásicos publicados en igual lapso por Losada. Y eso, sólo para empezar. Con todo, imaginemos por un momento que la periodista en cuestión ya se pondrá al día, y festejemos con ella las buenas noticias.

Divinas traducciones

Desde hace un tiempo nuestra lengua está recuperando su aliento. Al menos en el terreno de los libros, se pueden leer, con mayor frescura y cercanía, algunos clásicos que reaparecen alegremente en traducciones locales. La alegría es doble: son traducciones nuevas y nuestras. Y si bien es uno sólo el responsable de la traducción, se sirve del estado del lenguaje actual, y eso nos incluye a todos, al menos como habitantes de la misma lengua.

Ya no estamos sometidos a las "gilipolladas" u otros términos de las traducciones españolas, ni tampoco a arcaísmos o tiempos verbales impracticables. Es como si nuestra lengua se vistiera de fiesta para recibir al texto original y su traductor fuese el anfitrión de una imaginación que llega a buen puerto. Hay al menos tres ejemplos, dos de ellos recién aparecidos, de relevancia fundamental en el mundo hispanoparlante: El doble, de Dostoievski (Alejandro González), La divina Comedia, de Dante Alighieri (Jorge Aulicino) y Ulises, de James Joyce (Marcelo Zabaloy, con la colaboración de Edgardo Russo).

Sin caer en festejos nacionalistas, pero tampoco privándome de la sorpresa, ¿no es fantástico que Dostoievski, Dante Alighieri y James Joyce, aparezcan en nuestra lengua, o sea, en traducción argentina, y -contrariamente a la concentración empresarial- publicados en editoriales independientes y de nuestro país (Eterna Cadencia, Edhasa y El Cuenco de Plata)? Mayor es el asombro frente a la coincidencia temporal de las publicaciones: La Divina Comedia y el Ulises aparecieron juntos en el mes de abril. O sea, ¡recién!. Pintura fresca de casas históricas. Ambos libros son lugares para vivir un buen rato...

En otra ocasión me referí a El Doble, en cuidadísimo trabajo de Alejandro González. Ya me adentraré en la nueva Divina Comedia. Empiezo con la dicha del Ulises (y me anticipo a presentarlo dada mi gozosa e inevitable demora en su lectura). El embalaje ya es atractivo -o "nutricional" como diría André Gide. Trae de todo y sin abrumar, tanto las notas como el cuadro de la estructura de la obra; éste incluye las escenas, horas, órganos del cuerpo, color, arte, símbolos y técnica de cada uno de los capítulos (mejor llamados, episodios). También es original la tabla comparativa entre las varias ediciones, donde aparecen diferencias abismales, como si un Ulises fuera necesariamente procaz, hasta diría guarango, mientras que en el original, no lo fuese tanto. Bajo este manto de respeto y fascinación, parece haber estado escribiendo su traductor argentino, Marcelo Zabaloy.

Me voy a uno de mis episodios favoritos: el catequístico. Es cuando vale preguntarse si esta novela es el relato increíble de una evitación (que dura un día, y lo que se evita es encontrar a la propia mujer con otro en la cama.) o, precisamente, es el relato de un encuentro (de los restos que el otro dejó en la cama, sus olores, pliegues en la sábana, etc). O, ¿lo que se evita es lo que se busca encontrar?

Reviso entonces esta escena, en varias traducciones y noto que la actual mejora los neologismos y restablece los colores. Una frase, a modo de bocado: "He kissed the plump mellow yellow smellow melons of her rump", en el original de Joyce. En la traducción de Subirat: "Besó los redondeados sazonadas amelonados cachetes de sus nalgas." En la recién publicada: "Besó los blandos, amarillos y olorondos mamelones de su grupa."

Sí, un beso sabe distinto según su traducción.

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