lunes, 27 de julio de 2015

Reflexiones sobre el mundo editorial (I)

El siguiente artículo del español José Antonio Millán fue publicado en el número de junio pasado de la revista Letras Libres. Su bajada señala: “La industria editorial hispanoamericana ha sido incapaz de crear un modelo de circulación donde los libros lleguen por igual a todos los países. Esta es la historia de cómo América y España han fracasado en su intento por tener un mercado común y cómo Internet podría abrir una nueva oportunidad.” Por sus dimensiones, se ofrece aquí en dos partes.

Separados por un mismo idioma:
el mercado del libro en español (I)

Un Quijote parisino
Borges rememora su primera lectura del Quijote en español: “Todavía recuerdo aquellos volúmenes rojos con letras estampadas en oro de la edición Garnier.”1 Pero ¿por qué la edición que usaba era parisina? ¿Por qué el Quijote que circulaba entonces por América –al fin y al cabo una obra libre de derechos– no estaba editada en España, ni en Argentina, ni en México?

A finales del siglo XIX y principios del XX, el mercado latinoamericano del libro en español estaba dominado por editores estadounidenses, franceses y alemanes que habían ocupado el lugar de las editoriales españolas desaparecidas con la Independencia. La casa editorial Garnier tenía ya en 1861 un catálogo de quinientos cuarenta títulos en castellano (obras originales más traducciones), que llegarían a 1,172 en 1914.2 No era el único caso: también llegaban a América libros en español desde Alemania y Estados Unidos. En España la competencia económica se revistió pronto de retórica nacionalista, y abundaron las llamadas a combatir la “codicia extranjera del libro español en los mercados de nuestra raza y lengua”.3

Cuando la Primera Guerra Mundial cortó la actividad de las casas europeas, y en gran medida de las norteamericanas, se abrió una oportunidad para que editores de otros lugares ocuparan el vacío creado por la contienda.

Tres problemas se abrían ante este mercado, al menos teóricamente: cómo difundir en España los libros americanos, cómo difundir en América los libros españoles y cómo hacer circular entre las nuevas repúblicas las obras editadas en ellas.

De España a América
La problemática había surgido incluso antes de que la Gran Guerra creara la ventana de oportunidad.4 En el ivCentenario del Descubrimiento de América (1892) se celebró el Congreso Literario Hispanoamericano.5 Se proponía estudiar los “medios prácticos conducentes al desarrollo y progreso del comercio de libros españoles en América y libros americanos en España”,6 pero, organizado por Madrid, su preocupación principal fue sobre todo la primera parte. La industria editorial española necesitaba “los mercados extranjeros por no bastarles el estrecho círculo de los nacionales”, como señaló el diplomático y escritor español José Alcalá Galiano.7 Pero no bastaba con enviar los libros españoles a América: “Cuántas veces ven apolillarse una edición enviada allende mares y tierras por falta de manos que la muevan, y le den la fuerza de rotación, la circulación, que es la vida del libro, la avaloren con la llamativa trompa del anuncio, sirviendo al fin los preciosos volúmenes de sabroso banquete a los ratones.”8

En el mismo Congreso, el escritor español Rafael Gutiérrez Jiménez, hablando por el Gremio de Editores, propuso la creación de una “Empresa Nacional de Propaganda de las Letras Hispano-Americanas” que reuniera una “colección de datos” e imprimiera una “gigantesca colección de fajas o direcciones” para publicitar directamente las novedades bibliográficas.9 Pero esta labor de difusión “no ha de tener jamás un carácter egoístamente peninsular, sino marcadamente favorable a los intereses literarios de América”.10 Es decir: una acción primordialmente de España hacia América se presentaba como favorable a todos los países hispanohablantes.

En 1921 el pedagogo y escritor español Rafael Altamira alerta: “La difusión y venta de nuestro libro en los países de habla castellana [...] reposa sobre dos condiciones fundamentales: que llegue a todos los sitios donde puede haber un comprador, la noticia, y si es posible, un ejemplar, de todo libro nuevo, y que se acreciente el prestigio de nuestra producción intelectual.”11 A los recursos comerciales habituales de información y propaganda se añade ahora un intangible: el “prestigio”.

Dada la distancia existente entre la antigua metrópoli y las nuevas repúblicas, el primer objetivo era facilitar la circulación de obras. Como señaló el historiador David Vincent, la mayor revolución del siglo pasado en la transmisión de mercancías culturales provino de la creación del servicio postal.12 Así, se propició la firma del Convenio Postal Hispano-Americano el 13 de noviembre de 1920, que establecía tarifas muy convenientes desde la Península a América para el envío de paquetes (mejores que los grandes fletes para suministrar obras a las librerías). Por otra parte, los países americanos crearon en 1921 la Unión Postal Panamericana, a la que también se adhirió España.13 El objetivo era claro, en palabras del escritor y activista político venezolano Rufino Blanco Fombona:14 “Llegará un día, lejano aún, en que la situación de España con respecto a nosotros y en punto a libros sea igual a la de Inglaterra con respecto a Estados Unidos. En Estados Unidos se publican más libros y más revistas que en Inglaterra; sin embargo, el libro inglés sigue vendiéndose, cuando es bueno, en la América sajona.”

De América a España
En 1898 Rubén Darío recibe el encargo del diario bonaerense La Nación de enviar crónicas desde España. En julio del año siguiente publica un artículo describiendo la situación en una de las mejores librerías de Madrid: en ella “es un mirlo blanco un libro portugués. De libros americanos, no hablemos”.15

Ya en 1892, en el citado Congreso Literario, Rafael Gutiérrez Jiménez había afirmado: “Mientras que en nuestras principales librerías difícilmente se encuentran ejemplares de las producciones de los más ilustres literatos de América, en Alemania, por ejemplo, abundan por centenares los títulos de aquellas obras en los catálogos de su librería universal. Tener que pedir a Leipzig los libros que salen de las prensas de México, Lima, Santiago, o Buenos Aires, es cosa denigrante para nuestro comercio de libros.”16
Tres décadas después Blanco Fombona, que en la posguerra había fundado en la Península la editorial América, analizó la ausencia de libros americanos en España en estos términos:

“Para vender libros es necesario que entre el autor y el público existan simpatías de orden psicológico. Estas simpatías me parece que pueden existir entre un pueblo de tal o cual idioma y autores de lengua diferente; y que pueden no existir entre autores y pueblos de la misma lengua [...]

“En este sentido creo, y lo expongo con lealtad, que toda aquella producción intelectual española que tiende a continuar la tradición de la España negra –de la peor España: católica, monárquica, académica– está llamada a ir mermando cada vez más su influencia y su negocio en los países hispánicos del Nuevo Mundo. Porque la escisión entre ese espíritu y el espíritu de América es evidente; y la comunidad de lengua no sirve sino para demostrarlo mejor”.17

Las palabras de Blanco Fombona se hacen aún más duras cuando compara el trato que reciben los libros editados en ambos lados del Atlántico:
“Se creía y se cree, se decía y se dice, que allí [en América] no existe nada que valga. Y yo respondo que el editor español, por lo general, carece de sentido de adivinación; y, a veces, de sentido común. Y el librero español en América –inmigrante ignaro o patriotero vulgar– es peor aún. Para él un libro de Montalvo, o de Martí, o de Sarmiento, o de Baralt, o de Caro, maestros del idioma español, es y debe ser inferior a una novela
asquerosa y mal escrita de cualquier oscuro pornógrafo peninsular. Con un criterio absurdo desdeña el libro americano –que honra la lengua materna– y exalta el del pornógrafo o mediocre productor europeo que deprime esa lengua y deshonra el espíritu nacional.”

El argentino Arturo Capdevila podía afirmar sin rebozo en su libro Babel y el español (1928): “De Italia, de Francia, de Inglaterra, de Alemania, de Rusia, de cualquier país de Europa puede recibir un escritor argentino muestras de estima por su obra; de España [...] no siempre, no.”18

Pero las observaciones acerca de la mala recepción del libro de América en España no provenían solo de autores latinoamericanos. Leopoldo Calvo Sotelo, secretario de la Cámara del Libro española, por esas mismas fechas declaraba: “Hay que demostrar a los pueblos que nacieron de España que España sigue sus andanzas con un vivo interés, que la separación no ha logrado amortiguar; hay que conceder a los problemas, a las necesidades, a las preocupaciones, a la vida entera de las repúblicas de habla española la atención que merecen, y que hasta ahora, desgraciadamente, no se les ha otorgado.”19

Al tiempo, la comunicación entre las editoriales de un país hispanoamericano y los públicos de otros era una cuestión problemática. En 1892, en el Congreso Literario, José Alcalá Galiano afirmaba: “Y no solo a nosotros nos es difícil adquirir las obras de estos y otros no menos notables escritores americanos, sino que aquellas mismas repúblicas hallan a veces tal dificultad en conseguirlas, que tienen que encargarlas y recibirlas exportadas y reexportadas por conducto de esta apartada Europa.”20 Y Capdevila podía insistir tres décadas después: “El librero de la calle Florida [de Buenos Aires] pone a mi disposición libros de Holanda y de Rusia, si los pido. Pero no halla manera de conseguir el libro de Colombia o de Nicaragua que me interesa. Tampoco se da en Nicaragua o en Colombia con un libro argentino, como no sea por singular rareza.”21

Madrid, de meridiano a centralita
A finales de los años veinte, la idea que circulaba en la Península, pero también entre americanos, era que la clave para el triple problema del libro en español solo podía ser España. Y la supremacía de esta no podía ser únicamente editorial –es decir, industrial y empresarial– sin ser al mismo tiempo cultural e intelectual. Precisamente esta había sido la propuesta de un editorial de la revista madrileña La Gaceta Literaria, con el provocativo título de “Madrid, meridiano intelectual de Hispanoamérica” (1927).22 El artículo terminaba así:

“Además, ¿de qué ha servido tamaño estruendo verbalista [la retórica hispanoamericanista], cuál ha sido, en el orden práctico, su utilidad inmediata, si nuestra exportación de libros y revistas a América es muy escasa, en proporción con las cifras que debiera alcanzar; si el libro español, en la mayor parte de Suramérica, no puede competir en precios con el libro francés e italiano; y si, por otra parte, la reciprocidad no existe? Esto es, que sigue dándose el caso de no ser posible encontrar en las librerías españolas, más que por azar, libros y revistas de América.

He ahí algunos de los puntos concretos cuya resolución es urgente. Si nuestra idea prevalece, si al terminar con el dañino latinismo [es decir, la influencia francesa], hacemos a Madrid meridiano de Hispanoamérica y atraemos hacia España intereses legítimos que nos corresponden, hoy desviados, habremos dado un paso definitivo para hacer real y positivo el leal acercamiento de Hispanoamérica, de sus hombres y de sus libros.”

El medio era influyente: la vanguardista Gaceta Literaria23prestaba constante atención al mundo editorial español y americano. La revista exhibía ya desde su subtítulo (Ibérica, Americana, Internacional) sus preocupaciones, y en ella colaboraron numerosos autores hispanoamericanos.

En 1928 Arturo Capdevila reconocía que había solo un posible punto clave para la circulación del libro en español: “Madrid puede ser comparado con una estación general de teléfonos, por cuya mediación las naciones de habla española llegarían a comunicarse entre sí.”24 Si España no conseguía la hegemonía del comercio del libro en América, alguien más la obtendría: “Pero Madrid es algo más que una oficina central de teléfonos. Es también como una altura estratégica sobre la cual debe ser colocado el cañón que ha de hacer blanco en América. Esta batalla de América se tiene que dar, y será de consecuencias incalculables. Para darla, ese cañón será colocado en la justa altura estratégica por unas o por otras manos. Nadie se queje si mañana los yanquis se apoderan de esa formidable llave de las rutas del pensamiento hispanoamericano. Nadie se queje si mañana España pierde otro inexpugnable Gibraltar, desde el cual gobierne un extranjero invasor todas las corrientes editoriales del mundo hispánico.”25

Tanto en la visión del editorial de La Gaceta Literaria como en el libro de Capdevila, la “central de teléfonos” de Madrid era la solución a la triple circulación de libros en el ámbito hispanohablante. Solo a través de la centralidad madrileña podría llegar a conseguirse el ideal de una “industria del libro español y americano en España y del libro americano y español en América” que soñaba Blanco Fombona.26 Peronadie tendría por qué alarmarse: el meridiano se planteaba con un espíritu “absolutamente puro y generoso que no implica hegemonía política o intelectual de ninguna clase”.27

La construcción de la hegemonía
El proyecto en su parte española era, por supuesto, desembarcar en un mercado teóricamente amplísimo, que en aquel momento se calculaba en cien millones de personas. Ante este panorama, Nicolás María Urgoiti (fundador de la editorial Calpe, más tarde asociada con Espasa)28 puntualizó en 1927: “No hay que andarse por las ramas: el problema del libro es un problema de autores y lectores, y ambos dependen del grado de cultura general, tan deficiente, por desgracia, en España como en Hispanoamérica. Hablar de cien millones de seres que hablan español es engañarse al tratar este problema. Apenas pasarán de cien mil, si es que llegan, los lectores de novelas, y a menos de la mitad los que sientan más elevadas necesidades intelectuales.”29 De modo muy razonable, el escritor español Melchor Fernández Almagro señalaba algo evidente: “El porvenir de América está fiado a la libre concurrencia. Nosotros no podemos alzarnos con el monopolio [...] Contamos, sí, con un cierto privilegio: la lengua. Pero una lengua no es otra cosa que un vehículo y, a su modo peculiar, un instrumento que cada país ha de tocar como quiera [...] Demos contenido a nuestra cultura, y lo demás nos será concedido por añadidura. Las hegemonías no se pregonan: se merecen.”30

Pero la hegemonía también podía construirse. Fernández Almagro mencionaba como un activo la lengua común, pero hay que recordar que por aquellos años en países como Argentina surgía la reivindicación de una lengua propia, heredera y continuadora de lo mejor del español.31 Si se fragmentaba el español, no habría ya “Hispanoamérica”, ni posible mercado común del libro. La larga historia de la emancipación de las repúblicas americanas corre, paradójicamente, paralela a la institucionalización de la norma lingüística peninsular. He aquí algunos hitos: laOrtografía de la Academia se hace obligatoria en 1844 en las escuelas de todo el Imperio (ya tambaleante); ese mismo año, Chile acepta la ortografía discrepante de Bello, que fracasaría en su intento de convertirse en un estándar. Contrarrestando ese movimiento de intención secesionista, en 1871 nace la primera academia americana, la de Colombia, y para la fecha de la “polémica del meridiano” habrá catorce más.32

La expansión editorial va unida desde el principio a la exaltación de la lengua común, y a la acción diplomática. Como expuso en 1892 el diplomático y escritor José Alcalá Galiano, “el Diccionario castellano es nuestro mejor tratado; la Academia Española nuestro mejor Ministerio de Relaciones Exteriores... Americanas”.33

Recién llegada la República a España, Anselmo Sánchez Villalba34 proponía la creación de “un cuerpo de agregados culturales en todas nuestras embajadas, en especial en América. Su misión consistiría en estar al tanto de todo lo relacionado con la venta del libro en la nación en la que actúa; llevar estadísticas perfectas; contratar con los autores la edición de obras en casas españolas, si de americanas se trata, y en naciones de otros idiomas [...] Para evitar las ediciones clandestinas y salvaguardar toda propiedad legítima”.

Los canales se han abierto, y a finales de los años veinte los libros españoles fluyen hacia América. No obstante, Julián Urgoiti, delegado de Espasa-Calpe en Buenos Aires, alerta en 1929 acerca del mal uso que algunos editores españoles están haciendo de su potencial comercial y de distribución en América, para inundarlos de libros no deseados:35

“Mirando las cosas desde aquí, da la impresión de que algunos editores lanzan libros “para la exportación”, cuantos más, mejor, sin estudiar de antemano las razonables posibilidades de salida [...] El editor español, que mira seriamente a estos países, como factor ponderable en su cálculo de posibilidades de colocación del libro en ciernes, tiene el deber de pulsar si es oportuna la publicación, por lo que a esos mercados se refiere, y no tener la pretensión de que el público arrebate los libros cuando no se le ofrece lo que le interesa.”

Acabada la Guerra Civil española, la retórica del meridiano –con sus pretensiones de circulación universal de libros dentro de la lengua española, eso sí, a través de Madrid–deja paso a la correspondiente soflama imperial, en la que solo se considera la irradiación hacia América desde la antigua metrópoli. En 1944 el editor Gustavo Gili escribe: “No puede haber política imperial si se prescinde del vehículo más eficaz para su expansión, y no se considera al libro el instrumento más precioso para hacer llegar el sentir de España y de nuestra inveterada civilización a todos los países que han heredado el tesoro de nuestra lengua, que es tanto como decir de nuestra alma.”36

Notas:
1 Jorge Luis Borges y Norman Thomas di Giovanni,Autobiografía 1899-1970, Buenos Aires, El Ateneo, 1999, p. 26. Traducción de Marcial Souto y Norman Thomas di Giovanni, a partir de la publicada en inglés por The New Yorker, en septiembre de 1970. (versión en línea enhttps://arbolestelar.wordpress.com/2014/10/14/autobiografia-borges)
2 Garnier suministraba libros españoles no solo a América, sino también a España. Véase Pura Fernández, “La editorial Garnier de París y la difusión del patrimonio bibliográfico en castellano en el siglo XIX”, en Tes philies tade dora: miscelánea léxica en memoria de Conchita Serrano, Madrid,csic, 1999.
3 En palabras de un folleto de 1916: Antonio Graíño y Martínez, La industria del libro en España y la codicia extranjera del libro español en los mercados de nuestra raza y lengua, Madrid, Asociación de la Librería de España.
4 Para la historia profesional, asociativa de este periodo, véase Gabriela Dalla Corte y Fabio Espósito, “Mercado del libro y empresas editoriales entre el centenario de las independencias y la Guerra Civil española: la editorial Sudamericana”, en Revista Complutense de Historia de América, 2010, vol. 36.
5 Sus actas están reunidas en Congreso literario hispano-americano, Madrid, Establecimiento tipográfico de Ricardo Fé, 1893, pp. 446-556. Edición digital en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. 
6 “Programa de Temas. Sección 3. librería”, en Congreso literario, op. cit., p. 14.
7 “Memoria del Excmo. Sr. D. José Alcalá Galiano, acerca de los servicios que, en el desempeño de su cargo, pueden prestar los cónsules para mayor seguridad del comercio de libros y obras artísticas”, en Congreso literario, pp. 446-556.
8 Ibíd., p. 547.
9 Rafael Gutiérrez Jiménez, La producción literaria en España y el comercio de exportación de libros a América.Documentos leídos en el Congreso literario celebrado en Madrid en Noviembre de 1892, Madrid, Imprenta y fundición de Manuel Tello, 1893, p. 19. Hay edición digital enArchive.org.
10 Ibíd., p. 21.
11 La política de España en América, Valencia, Editorial Edeta, pp. 90 y 92. Hay versión digital en el Internet Archive.
12 The rise of mass literacy: Reading and writing in modern Europe, Cambridge, Polity Press, 2000, p. 1. Vincent sitúa, con razón, “el inicio de la era de la comunicación de masas” el 9 de octubre de 1874, cuando se firmó el Tratado de Berna, que conduciría a la Unión Postal Universal.
13 María Fernández Moya, “Una editorial familiar catalana en América Latina”, en Editorial Gustavo Gili. Una historia 1902-2012, Barcelona, Gustavo Gili, 2012, pp. 201-228. Hay versiónen línea.
14 “El libro español en América”, en El libro español. Ciclo de conferencias organizado por la Cámara Oficial del Libro de Barcelona, 15-23 de marzo de 1922. Hay edición por línea de la conferencia de Blanco Fombona en Cruzada Sur.
15 Las crónicas se reunieron en el volumen España contemporánea. Cito la edición de Garnier Hermanos, París, 1907, p. 207. Edición digital en Archive.org.
16 La producción literaria..., op. cit., p. 4.
17 “El libro español en América”, op. cit.
18 Madrid, Compañía Ibero-Americana de Publicaciones, pp. 223-224. Hay versión en línea en The Internet Archive.
19 El libro español en América, Madrid, Gráfica Universal, 1927. Edición digital en Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
20 “Memoria...”, op. cit.
21 Babel y el español, op. cit., pp. 64-65.
22 15 de abril de 1927, número 8.
23 Se puede consultar una edición facsimilar íntegra y con texto navegable en Revistas de la Edad de Plata, en: bit.ly/1kxvh3G, a través de la edición digital creada por el autor de estas líneas, Carlos Wert y Rafael Millán.
24 Babel y el español, op. cit., p. 65.
25 Ibíd., p. 68.
26 “El libro español...”, op. cit.
27 “Madrid, meridiano intelectual...”, op. cit.
28 Sobre el papel clave de Nicolás María Urgoiti, véanse Juan Miguel Sánchez Vigil, Calpe. Paradigma editorial (1918-1925), Gijón, trea, 2005, y Philippe Castellano, Enciclopedia Espasa. Historia de una aventura editorial, Madrid, Espasa, 2000.
29 “Una opinión de Urgoiti”, en La Gaceta Literaria, 1 de abril de 1927, n. 7.
30 “Campeonato para un meridiano intelectual”, en La Gaceta Literaria, 1 septiembre de 1927, n. 17.
31 Véase Edgardo Dobry, Una profecía del pasado. Lugones y la invención del linaje de Hércules, México, Fondo de Cultura Económica, 2010.
32 Luis Carlos Díaz Salgado, “Historia crítica y rosa de la Real Academia Española”, en Silvia Senz y Montserrat Alberte (eds.), El dardo en la Academia. Esencia y vigencia de las Academias de la lengua española, Barcelona, Melusina, 2011, vol. I, especialmente los apartados 7 y 41.
33 “Memoria...”, op. cit.
34 La Gaceta Literaria, 15 de julio de 1931, n. 110.
35 En entrevista con Guillermo de Torre, La Gaceta Literaria, 1 de abril de 1929, número 55.
36 Gustavo Gili Roig, Bosquejo de una política del libro, Barcelona, 1944, pp. 20-21.

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