viernes, 12 de agosto de 2016

Según La Nación, el rector de la UBA da vergüenza

Desde hace ya varios meses el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires viene denunciando el pacto espurio realizado por el rector de la U.B.A., secundado por varias facultades de esa casa de estudios, con el Instituto Cervantes y Telefónica de España, para privilegiar el sistema español de evaluación de la lengua en desmedro del argentino. Ese pacto se anunció antes de su votación –papelón mayúsculo y se terminó de cocinar un mes después, cuando, sin la participación de quienes elaboraron el sistema de evaluación argentino, e impidiendo el ingreso del presidente de la Academia Argentina de Letras (a la sazón, titular de Historia de la Lengua, en la Facultad de Filosofía y Letras de la U.B.A.), fue votado por los representantes de facultades que nada tienen que ver con el tema, como Ciencias Económicas, Veterinaria, Farmacia, Odontología, Ingeniería, etc. Quien rubricó el convenio por la U.B.A. fue el contador Alberto Barbieri, actual rector de esa institución, a quien el 8 de agosto pasado, con motivo de que se le despachara el título de  “ciudadano ilustre”, el diario La Nación le dedicó un editorial, dando cuenta de su pasado y dejando entrever su presente. Dado que este blog sigue sumando firmas contra el convenio, vale la pena saber de quién estamos hablando.

¿Ilustre ciudadano?

Casi 3 millones de personas viven en la capital de la República, pero solamente 10 pueden ser premiadas con la “Ciudadanía Ilustre”, distinción que otorga la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires mediante una ley especial aprobada por los dos tercios de sus miembros. Pueden recibirla personas físicas, argentinas, nacidas en la ciudad o residentes en ella durante una década y que se hayan destacado por la obra y la trayectoria desarrollada en el campo de la cultura, la ciencia, la política, el deporte y la defensa de los derechos amparados por la Constitución nacional y por la Constitución porteña.

¿Cómo explicar en este contexto que un órgano que representa a los ciudadanos de la ciudad pueda pasar por alto elementales exigencias que rodean a un premio como éste? A tono con las estrofas del siempre vigente “Cambalache”, de Discépolo, en tiempos en que una estrepitosa y desvergonzada corrupción ha pasado a estar tristemente de moda, llama a la reflexión que una mayoría dentro de la propia Legislatura baje la vara al punto de premiar lo que debería más bien avergonzarnos.

El pasado 13 de junio, con la presencia de autoridades del gobierno de la ciudad y personalidades del ámbito académico y político, el rector de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Alberto Barbieri, recibió el premio “Ciudadanía Ilustre” que aprobó la Legislatura en marzo de 2015. La distinción, a decir verdad, era parte de un paquete de leyes que muchos quisieron que se votaran separadamente con el sano propósito de no cometer gruesos errores, pero no lo lograron. Lo paradójico es que el reconocimiento de la Legislatura llegó por partida doble: alcanzó, en este caso merecidamente, a estudiantes de la UBA que obtuvieron los primeros lugares en competencias jurídicas internacionales.

Desde estas columnas ya nos hemos ocupado de denunciar las graves irregularidades en torno de este funcionario a cargo del órgano directivo clave de los destinos de la universidad más grande del país. Tras 38 años de docencia, dejó el vicerrectorado para asumir en 2014 la continuidad de Rubén Hallú; fue por amplia mayoría de votos y con mandato hasta 2018, en medio de violentas revueltas estudiantiles. Hábil político, de buenos vínculos con La Cámpora y Franja Morada, Barbieri se alió al radicalismo para llegar al rectorado y prometió “apertura y pluralidad” para lo cual llamó “a la reflexión y al diálogo”. Luego, se mostró también cercano a Daniel Scioli, quien ya lo había ungido como su eventual candidato a ocupar el Ministerio de Educación de haber triunfado en los comicios. Son cambiantes fidelidades propias de quienes, más que perseguir un ideario, persiguen un rédito personal.

No cuestionamos aquí su extensa trayectoria académica ni sus premios ni doctorados honoris causa otorgados por instituciones de distintos países. Pero sí la falta de autonomía que quedó claramente expuesta en sus vínculos con el entonces ministro Julio De Vido, con el tristemente célebre secretario de Obras Públicas José López y con la anterior gestión de gobierno que incluyó al otrora jefe de Gabinete Jorge Capitanich, sin olvidar las imputaciones de malversación de fondos públicos que sobre él y su entorno se investigan. Cuando Barbieri era decano de la Facultad de Ciencias Económicas estos lazos fueron decisivos para la construcción del anexo al edificio, con una inversión millonaria aportada por el mismísimo Ministerio de Planificación Federal.

En septiembre pasado, un fiscal federal acusó a varios miembros de la cúpula universitaria por “negocios espurios” que involucraban fondos de la alta casa de estudios y de hospitales públicos desviados a proveedoras de insumos y medicamentos. La punta del iceberg era el ex decano de la Facultad de Ciencias Económicas José Luis Giusti. Fue la propia Procelac la que confirmó luego las denuncias por violación de sus deberes como funcionario, al punto que se vio obligado a renunciar por estas y otras graves acusaciones, algunas de índole personal. Giusti fue luego nombrado titular de la Unidad de Proyectos Especiales para la Transferencia de Funciones y Facultades en Materia de Seguridad de la ciudad de Buenos Aires y quedó a cargo de recursos y competencias ligados al traspaso de 19 mil policías federales al ámbito de la ciudad, en lo que es otra inentendible designación.

El periodismo independiente viene denunciando que el gigantesco botín de la UBA se reparte con testaferros y empresas fantasmas desde hace décadas. El entramado de corrupción difícilmente podría funcionar si no contara con piezas clave en ubicaciones estratégicas en la propia UBA.

Las acusaciones sobre enriquecimiento ilícito están fundadamente instaladas. Detalles de ostentosos viajes, elevados gastos, inmuebles no declarados, vehículos de alta gama, no fueron suficientes para que el ahora ilustre rector removiera a quienes delante de sus narices sólo persiguieron otros fines por cierto nada académicos. Vanagloriándose de los estrictos controles internos y de auditoría que, según afirma, rigen en la UBA y lejos de preocuparse por esclarecerlas, se limitó a desestimar todas las acusaciones.

En su reciente discurso con motivo del aniversario de La Noche de los Bastones Largos, proponía aprender del pasado y destacaba el valor de la autonomía de la universidad. La alta casa de estudios, por la que pasaron alumnos de la talla de Bernardo Houssay, Luis Leloir, César Milstein, acreedores al Premio Nobel, tuvo también ilustrísimos e intachables rectores como Juan María Gutiérrez, Ricardo Rojas, Ángel Gallardo, Carlos Saavedra Lamas, José Luis Romero, Guillermo Jaim Etcheverry y Julio Olivera. Este último, recientemente fallecido, aseveraba que la enseñanza universitaria requiere de agentes productivos idóneos. En el ideario y la acción de antecesores de esa talla debería abrevar el cuestionado rector cuya idoneidad ponemos en duda.

Aún con discursos que auguran grandes transformaciones y promesas de modernidad para una universidad como la UBA, cuyo origen se remonta a 1821, que Barbieri haya sido premiado con una distinción tan importante no puede menos que avergonzarnos. No debemos olvidar que contribuciones de tantas otras valiosas personas no verán jamás el reconocimiento que se han ganado. Al mismo tiempo, en una situación de inequívoca desigualdad, los cuestionados procederes de quien dirige la que fue y debiera seguir siendo una señera institución educativa encuentran en el incomprensible apoyo de la Legislatura el aplauso que jamás debieron darle.

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