miércoles, 22 de marzo de 2017

A algunos escritores argentinos jóvenes les está yendo relativamente bien en los Estados Unidos

El escritor y periodista chileno Gonzalo León firma la siguiente nota, subida al blog de Eterna Cadencia el 15 de marzo pasado. Su copete dice: “Samanta Schweblin fue nominada al Man Booker Prize, y esa es solo la punta del iceberg de un fenómeno emergente: la literatura argentina contemporánea, cada vez más traducida en un mercado alérgico a las importaciones. Gonzalo León conversó con autores, agentes, editores y traductores”.

Derribando muros

Según el índice Translation Database desarrollado por Chad Post, director editorial del sello independiente Open Letter, descartando las traducciones de clásicos y los libros de no ficción, Estados Unidos es uno de los mercados editoriales que menos traduce: entre ficción y poesía sólo alcanza el 0,7% del total de títulos publicados en un año, y si se amplía eso a no ficción ese porcentaje se eleva al 3%. El agente literario Guillermo Schavelzon fijó ese porcentaje en 67 libros en 2014. Si se compara esta cifra con otros mercados editoriales, la traducción en Estados Unidos es un fenómeno marginal, pese a la gran población latina y no latina existente: por ejemplo, en España las traducciones alcanzan el 28% de los libros publicados en un año, en Francia el 27%, en Turquía el 40%. El traductor y profesor de literatura latinoamericana Sergio Waisman adjudica esto a que Estados Unidos se ve como un exportador de cultura, pero además “hay factores históricos y culturales relacionados a la relación entre centro y periferia que afectan a esta situación”.

Frances Riddle vive en Buenos Aires y ha traducido a Leila Guerreiro y Martín Felipe Castagnet, entre otros autores argentinos, y coincide con Waisman en la explicación de que se traduzca poco en su país: “Exportamos cultura al mundo en escala masiva y aceptamos poquísimo desde el exterior. Las editoriales que publican traducciones son muy chicas, con dos o tres empleados, no pueden competir con las grandes editoriales; ni intentan hacerlo. Y publican traducciones casi diría como un acto político contra esa tendencia de ignorar la existencia de toda literatura proveniente de afuera”. Agrega que el mercado editorial está dominado por las llamadas “Cinco Grandes” que tienen muchos sellos subsidiaros y forman parte de empresas aún más grandes todavía. Estas compañías toman sus decisiones editoriales pensando en las ventas y no les interesa ningún autor extranjero, por más relevante que sea en su país. Por otro lado, la presencia e importancia de la colonia latina (cincuenta millones de latinos) no basta para estimular las traducciones: “En la Argentina hay una gran colectividad china, pero no por eso el argentino promedio tiene un conocimiento o un interés mayor por la cultura china. Creo que por lo general la cultura dominante de un país tiende a no prestar tanta atención a la cultura minoritaria”. La pregunta que debería hacerse, según esta traductora, es por qué en una escuela pública donde el 99% habla castellano ni siquiera se menciona la literatura escrita en ese idioma en el plan de estudios: “Quizás las Cinco Grandes editoriales piensen que el inmigrante promedio de clase trabajadora no lee. Pero una editorial en Texas, Arte Público Press, probó vendiendo sus títulos en castellano en supermercados de los barrios latinos y tuvo enorme éxito”.

Sin embargo, desde hace unos años los autores latinoamericanos comenzaron a ser traducidos, aunque, claro, con un marcado sesgo masculino: Roberto Bolaño, César Aira, Alejandro Zambra y la promesa en la que se está convirtiendo, según Riddle, Martín Felipe Castagnet: “No es casualidad que todos estos autores que nombro sean hombres. Se empieza a hablar de la falta de mujeres en la traducción al inglés. Leila Guerreiro, Mariana Enríquez, Samanta Schweblin y Pola Oloixarac han publicado libros en los últimos meses. Y creo que hay más atención puesta en lo que están haciendo las escritoras en todo el mundo y con solo buscar muy poco en la literatura argentina ves que está lleno de escritoras increíbles”.


De hecho, a principios de marzo Mariana Enríquez junto a Samanta Schweblin (quien acaba de ser nominada al Man Booker international prize con Distancia de rescate) y Pola Oloixarac fueron mencionadas en una nota en el New York Times bajo el título de ‘Ficción argentina’. Las cosas que perdimos en el fuego, de Enríquez, fue traducida como Things we lost in the fire (Hoghart); ella reconoce que más allá de publicar en Estados Unidos, no tiene mayor idea de cómo funciona ese gran mercado editorial, tampoco sabe cómo se mueven los autores latinos que viven allá, pero sí sabe que “es un privilegio y una suerte que pocos consiguen. Aunque no tengo una fascinación tremenda ni un ataque de vanidad”. Sabe también que hay algo de “legitimación” al entrar al mercado de Estados Unidos, cosa que le irrita de cierto modo: “Insisto que es una suerte, pero no me parece más importante que publicar en Francia. Entiendo que puede ser más importante por cuestiones de mercado, pero eso a mí eso me excede”. Dentro de las satisfacciones que le ha dado entrar a este difícil y complejo mercado fue la traductora que le tocó: Megan McDowell, “que me parece buenísima”. Con respecto al eventual auge de autores latinoamericanos, descree de este fenómeno. En lo que sí cree es en el gran interés que hay por las cuestiones latinas porque en Estados Unidos dado que la población latina es enorme: “Es muy relevante cultural y económicamente. Además, en los últimos años ha sido más visible por varios factores. El dominicano Junot Díaz comió con Obama, que lo lee y es fan de La maravillosa vida de Oscar Wao”.

Martín Felipe Castagnet, al igual que Enríquez, dice que una de las ideas que más le entusiasma de haber publicado en ese mercado es que lo pueda leer Stephen King. Castagnet es el autor argentino más joven que ha publicado en Estados Unidos, y uno de los más jóvenes latinoamericanos. A diferencia de Enríquez, sí cree que en que la literatura latinoamericana puede estar al borde de un nuevo auge, “pero no hay que apresurarse a cantar victoria sólo por haber pasado el famoso embudo norteamericano. Tenemos las traducciones y están empezando a llegar las reseñas; ahora faltan los lectores. El verdadero auge es ser leído; ser publicado es sólo el paso necesario”. Lo que para Castagnet se está desarmando es la creencia de que los libros en castellano tienen que pasar por la vidriera española antes de desembarcar en los Estados Unidos: “Por eso la Feria Internacional del Libro de Guadalajara es cada vez más importante, y atrae un público cada vez más heterogéneo (con algo de populismo, el agente literario Andrew Wylie bromeó que Guadalajara era la nueva Frankfurt; claro, era el invitado de honor, lo que también fue significativo)”. La Feria del Libro de Buenos Aires, en cambio, aún no es tan atractiva para editores y agentes editoriales como para justificar el viaje transcontinental. En contrapartida, dice, la Semana de editores de la Fundación TyPA así como el Programa Sur de la Cancillería, que fomenta las traducciones de títulos argentinos en el extranjero, “están cumpliendo un gran servicio al país”.

Silvina López Medin, además de haber traducido junto a Mirta Rosenberg Eros, el dulce-amargo, de Anne Carson, es editora del sello estadounidense Ugly Duckling Press (UDP), enfocado en traducir textos de poesía; entre los poetas que han traducido o se encuentran en proceso de traducción se cuentan Alejandra Pizarnik, Marosa di Giorgio, Amanda Berenguer y Arnaldo Calveyra. La editorial además tiene la colección Señal, que son plaquetas bilingües de poetas contemporáneos, como Luis Felipe Fabre, Pablo Katchadjian y Florencia Castellano. Esta editora señala que al fervor que causaron en el público estadounidense Borges, Bolaño y Aira, y más allá de New Directions –el sello que más latinoamericanos ha publicado–, hay otros autores y otras editoriales que están dando cuenta de un fenómeno muy interesante: a los ya desaparecidos Enrique Lihn, Clarice Lispector, Ferreira Gullar se les han unido o pronto lo harán: Hernán Ronsino, Julián López, Alejandro Zambra, Leila Guerreiro, Mariana Enríquez, Lina Meruane, Sergio Chejfec y Raúl Zurita, entre otros. Las editoriales que han puesto sus ojos en ellos han sido Melville House, Deep Vellum, Action Books, Open Letter, Archipelago y Pen Press.

López Medin dice que si se toma en cuenta la presencia argentina sólo el año en curso proyectado hasta mayo de este año se habrán publicado once autores, lo que es una suba importante, ya que el 2008 se publicaron siete títulos de argentinos y el 2015 dieciocho; entonces efectivamente hay un interés de las editoriales, sobre todo por lo argentino, “pero no sé si cabe generalizarlo, digamos que hay un interés genuino en ciertos sectores. Como suele suceder, y como muestran las estadísticas de traducciones de latinoamericanos al inglés (alrededor de 65% ficción versus 35% poesía), la poesía tiende a ocupar espacios más reducidos, pero intensos”. Este optimismo choca con la cifra de títulos en castellano traducidos al inglés: en 2014 fue de 67 y en 2016 de 66. “Los títulos de autores argentinos crecieron con mayor ritmo que el total de las traducciones, y son un componente importante, alrededor del 30%, dentro de los títulos latinoamericanos traducidos del castellano”. Es decir, la composición de los títulos latinoamericanos es lo que ha cambiado en beneficio de los títulos y autores argentinos.

Sergio Waisman ha sido el traductor de la obra de Ricardo Piglia y conoce cómo funciona este mercado más de lo que quisiera. Para él, lo más importante que ha sucedido en los últimos diez o quince años ha sido el surgimiento de editoriales independientes “que se están dedicando principalmente a publicar traducciones literarias, tanto de escritores ‘nuevos’ como de los más ‘consolidados’. El trabajo de algunas de estas editoriales ha sido realmente extraordinario: Open Letter, Archipélago y Deep Vellum [que publicó su traducción de Blanco nocturno, de Piglia], han logrado complementar no sólo lo poco que se publica tradicionalmente en traducción en los Estados Unidos en las Cinco Grandes, sino también lo que venía publicando la más famosa de las independientes, New Directions, y lo que venían (y siguen) haciendo las editoriales universitarias”. Este nuevo grupo de editoriales también incluye al New York Review of Books Classics, que recientemente publicó la traducción de Esther Allen de Zama, la excepcional novela de Antonio di Benedetto: “Lo curioso es que muchas veces los autores latinoamericanos más importantes en sus propios países no han sido editados en las editoriales grandes de los Estados Unidos: Juan José Saer y Ricardo Piglia serían ejemplos de esto”.

Precisamente estar atento a las cuestiones de mercado le ha permitido a Waisman darse cuenta de que ser publicado en Estados Unidos “no necesariamente refleja el valor literario de un dado libro o autor”, pero a la vez ser publicado en este mercado “le otorga un capital simbólico a ese libro y autor que luego parecería influir retrospectivamente en la determinación de su valor”. No es un asunto sencillo de entender. Por lo pronto, este traductor argentino está muy contento con la tarea de traducir El limonero real, de Saer, para Open Letter.

Frances Riddle agrega una cuota de optimismo al señalar que cada vez existen más programas universitarios enfocados a la traducción literaria y más organizaciones profesionales para traductores literarios: “Existe también una mayor conciencia sobre la falta de voces de afuera en la literatura angloparlante”. Se está incluso pudiendo vivir de la traducción, es decir, cada día es más profesional; de hecho no faltan traductores, sino al contrario, sobre todo para el castellano “por ser el idioma extranjero que más presencia tiene en Estados Unidos. Esto genera competencia: muchos traductores cuentan historias de haber traducido un libro para presentarlo a una editorial, pero otro colega presentó el mismo libro a otra editorial al mismo tiempo y logró cerrar un contrato antes”. Sin embargo, la mala noticia es que los editores están colapsados, porque los proyectos de traducción se multiplican y “ni tienen tiempo de responder a todos los mails que les llegan con muestras de traducciones”. Pese a ello, puede decirse que la industria editorial estadounidense va encaminada a derribar muros.

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