viernes, 7 de abril de 2017

Un Finnegans Wake anotado vía México

“Obsesionado por la misma maldición que atormentó a Salvador Elizondo, otro escritor mexicano traduce y explica la novela más intrincada de James Joyce con la única finalidad de acercarla al mayor número de lectores posible. Una empresa que bambolea entre la locura, la genialidad y el fracaso.” Eso dice la bajada de la nota firmada por Gonzalo León, a propósito de la edición anotada de Finnegans Wake, de James Joyce, realizada por el mexicano Juan Díaz Victoria (foto), que publicó el 12 de marzo pasado el diario Perfil, de Buenos Aires.

Estela de Joyce

Una de las características de la obra del escritor James Joyce (1882-1941) en Latinoamérica es que sus dos últimas novelas, el Ulises y el Finnegans Wake (FW) –que cambiaron la historia de la literatura–, fueron traducidas por desconocidos y amateurs. José Salas Subirat, un agente de seguros, tradujo por primera vez al castellano el Ulises, mientras que Marcelo Zabaloy, un ex rugbier bahiense, hizo lo propio con el Finnegans. Parece ser que ése es el derrotero de la obra de Joyce en castellano, que los desconocidos y traductores amateurs se hagan cargo de ella. A ellos se une ahora el escritor mexicano Juan Díaz Victoria, que está haciendo la edición anotada del FW para que lo inentendible se pueda entender, y para ello ya lleva diez años de arduo trabajo. Estela de Finnegans se llama el primer capítulo de esta edición anotada. “Estela” es el tercer significado de wake en castellano, después de “resurrección” y “despertar”; estela como seguir la huella, que es lo que significa la traducción para este escritor mexicano.

“Cuando estaba en la universidad leí la entrada del FW y me pareció un texto espléndido con un enfoque excepcional, desde ahí fue un escritor insigne para mí”, explica desde Cuernavaca Juan Díaz Victoria para luego afirmar decididamente que esta novela es “la obra más monumental de la historia de la literatura, sólo comparable con la Divina comedia o con la Biblia”. Por eso le molestaba que se dijera que era intraducible o que no decía nada. Cansado de esas excusas decidió emprender su propio trabajo. Reconoce que no es un libro fácil y que sus primeros lectores –Pound, Eliot y Beckett– no conseguían hallar los hilos de la trama: “El mismo Beckett, que estuvo al lado de él mientas la escribía, comentó que había que leer el FW como una instalación verbal. Con el material que tengo reunido hasta ahora, no estoy seguro de que pueda verse como una instalación verbal, porque cada una de las referencias tiene un sentido”. Agrega además que no ha encontrado nada que pudiera calificarse como errata, ya que todo, incluso lo que pudiera parecer una errata, toma sentido más adelante; es lo que este escritor denomina “mecanismo de redundancia”, y enfatiza que “cada una de las referencias tiene un sentido, no es aleatorio ni es ruido” y que desde luego “Joyce quiso complicar las cosas”.

Este escritor, tal como hizo Ernest Fenollosa para comprender el chino, dice haber descifrado este mecanismo de redundancia gracias a un método personal, intuitivo, como una especie de piedra Rosetta, en el que primero localiza lo que no es claro, introduce su método y luego para confirmar que está en lo cierto recurre a las cartas, las notas o al mismo texto de Joyce: “Por ejemplo, yo decía de pronto ‘esto viene de un sueño o de tal idioma o dialecto’ y más adelante, dentro del mismo FW, Joyce me daba la razón al mencionar el país o el lugar donde se hablaba ese idioma o dialecto”. En estos diez años, Díaz Victoria ha desarrollado empatía con la novela, encontrando su ritmo y sus referencias: “Jamás pensé que no decía nada y, profundizando, me di cuenta de que todo el texto era continuo y que estaba interrelacionado. Entonces me basé en lo que Joyce dijo: ‘Todas las palabras tienen un sentido y están por una razón’”. Este escritor ya había detectado la intención de “abrir un código y generar condiciones que hagan predecible lo que en una primera lectura resulta impredecible”. Eso es, para él, lo que desarrolló aquí.

Una edición anotada sirve para entender todo lo que a primera vista es inentendible; textos como la Divina comedia cuentan con ediciones anotadas, pero el caso del FW es particular dado que buena parte podría ser sujeto de anotación, de ahí las más de mil notas en el primer capítulo. El proyecto completo de Díaz Victoria podría alcanzar cerca de veinte mil notas en sus 17 capítulos. La importancia de esta edición está en la necesidad de “poner en concreto lo que está disperso”, es decir, de poner la máxima información posible al lector para que el Finnegans sea entendible. Una de las cuestiones que lo hacen inentendible es que no está escrito en un idioma, sino en varios idiomas, dialectos y juegos de palabras a los que Joyce se fue haciendo adicto: “Por ejemplo, a la palabra rori que sale al comienzo, por una modificación del latín que él hizo, le dio el arbitrario significado de ‘rojo’, y la usa para referirse a un atardecer. De todas las referencias posibles es la más compleja, la más arbitraria, y ahí vemos cómo Joyce se dispara en sus referencias”.

Lo curioso es que la trama del primer borrador del FW, como consigna Díaz Victoria en el prólogo de Estela de Finnegans, era “diáfana” y tenía un quinto de la extensión actual, es decir, 140 páginas: “Allí estableció una línea argumental en cada uno de los capítulos, pero luego los fue extendiendo y deformando; pero no fue una deformación gratuita, tenía un método, un mecanismo de redundancia”. Las notas dejan en evidencia esta deformación, notas que van desde la alta hasta la baja cultura: alusiones bíblicas, al Corán, históricas, geográficas y políticas, pero también a leyendas populares, al pop, a la masturbación y al alcohol.

Para Díaz Victoria, resulta curioso que los lectores se sigan aproximando con reverencia al FW cuando es un libro, como el Quijote, para reírse. Pero además es el texto más confesional de Joyce: ahí está su temor a perder o a ser engañado por su mujer, su atracción y repulsión por el pecado y la sexualidad, pero además allí confiesa que consumía marihuana por su glaucoma y también opio. Lo que en definitiva hace Joyce es proyectar “toda la historia del mundo por el ojo de su psique, hace pasar toda la historia de la humanidad por su vida. Pero hay algo curioso: si bien hay personajes que representen a su esposa, incluso a él mismo, no hay personajes sólidos que representen a su hijo; de hecho, el heredero masculino de él es el propio Joyce”.

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