martes, 4 de julio de 2017

Dos puntos de vista sobre el libro en la Argentina

Foto: Patricio Pidal / AFV

Lo que sigue es una entrevista de Daniel Gigena con Patricia Piccolini –directora de la carrera de Edición de la Facultad de Filosofía y Letras de la U.B.A.– y Alejandro Dujovne –Doctor en Ciencias Sociales e investigador del Conicet, además de ser uno de los coordinadores del Núcleo de Estudios sobre Historia y Sociología del Libro y la Edición–, que se publicó en el diario La Nación, de Buenos Aires, el 27 de junio pasado.

Claroscuros en la industria editorial

Los dos investigan el mundo editorial local, además de evaluar, desde dos frentes complementarios, las implicancias sociales de un sector asociado al desarrollo de la cultura argentina como pocos. Desde 2015, Piccolini dirige la carrera de Edición, la que más inscriptos tiene en los últimos años en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. La carrera reúne, según cuenta, a un grupo heterogéneo de adolescentes recién salidos de la escuela secundaria con graduados de otras carreras y adultos que quieren iniciar un trabajo vinculado con el mundo de los libros. Doctor en Ciencias Sociales e investigador del Conicet, Dujovne es uno de los coordinadores del Núcleo de Estudios sobre Historia y Sociología del Libro y la Edición. En 2014 publicó Una historia del libro judío. La cultura judía argentina a través de sus editores, libreros, traductores, imprentas y bibliotecas (Siglo XXI), su primer libro. Ambos conversaron con La Nación sobre el universo editorial argentino, un sector activo aun en tiempos de recesión. Al respecto, ofrecieron estrategias para pensar la crisis y posibles vías de salida con el apoyo del Estado, las universidades y los editores de sellos independientes.

LN: -¿Cómo observan el panorama de la industria editorial actualmente en la Argentina?
PP: -Hay que tener dos perspectivas: una de corto plazo, la de la foto, y otra de largo plazo, más amplia. Los números del informe que hizo la Cámara Argentina de Publicaciones muestran en el último año una retracción del 15 al 20% en la producción de libros y en la venta, acompañando una retracción general del consumo. En cuanto al largo plazo, me parece interesante la enorme vitalidad de la actividad editorial argentina, medida en la cantidad de editoriales nuevas y apuestas diferentes que hay todos los años. Y también lo tengo que medir desde donde estoy, que es la carrera de Edición, haciendo hincapié en la cantidad de alumnos nuevos que hay todos los años. Me parece que es un presente con dificultades pero con signos alentadores.

AD: -Desde el punto de vista del mercado global, en efecto, hay una coyuntura mala, pero creo que excede un poco la retracción del consumo, porque hay políticas de gobierno que han afectado particularmente la producción de libros. Hay que pensarlo por segmentos. En lo que podemos llamar, en términos muy genéricos, "editoriales independientes", hay una enorme heterogeneidad y la realidad es muy distinta. Hay editoriales que han tenido un gran nivel de profesionalización en los últimos años y manejan muy bien todos los aspectos de la producción y la comercialización; en esos casos, los editores viven de la editorial. Hay otras que, en términos de distribución, de catálogos o de cantidad de ejemplares publicados, todavía están en un proceso de desarrollo.

LN: -¿Las políticas estatales son una de las causas de la retracción del mercado del libro?
AD: -Creo que hay dos medidas particulares que el Gobierno ha tomado y ha dejado de tomar. Una es la apertura de importaciones, que para mí es un problema: podría haberse hecho de una forma más ponderada, pero fue irrestricta. En efecto, hubo una invasión de saldos españoles, libros a muy bajo precio, que sacan lugar a las editoriales locales. El otro punto, que afecta directamente a las pequeñas y medianas editoriales, es la baja de compras por parte del Ministerio de Educación. Conabip sigue haciéndolo muy bien, pero el Ministerio no compra.

PP: -Hay que diferenciar tipos de importaciones. A la importación de libros es muy difícil oponerse porque ofrece variedad. Después habrá que ver si lo que llega son saldos que no son tan buenos o cosas interesantes. Yo celebro que podamos tener aquí libros importados. Además, porque no se puede pretender exportar si se tiene una política de cierre. La otra cosa tiene que ver con las importaciones industriales, es decir, libros importados pero de editoriales nacionales, que por razones de costo o por cuestiones de calidad se hacen afuera. Lo que me parece más preocupante, y es lo que necesita más tiempo, es la posibilidad de tener nuevos mercados para el libro argentino, mercados que en algún momento tuvimos. Nosotros exportamos muy poco y sobre todo a los dos mercados más importantes: México y España. Me parece que hay que hacer un trabajo, que lleva tiempo, para abrir esos mercados.

AD: -Creo que se pasa de una cosa a la otra directamente, sin hacer un trabajo con el mercado. No hay mucha información para hacer un análisis. Existe actualmente pero es limitada, y eso te condiciona indefectiblemente sobre la decisión política que puedas tomar. A un mes de la llegada del nuevo gobierno, en enero de 2016, se tomó la medida de abrir las importaciones. Eso demuestra que no hubo un análisis del mercado para entender cómo se tiene que establecer una medida. Lo que sí se logró fue el Exporta Simple, que es un modo que facilita la escala de exportación propia de las editoriales, sobre todo de las pequeñas y medianas. En la línea que planteaba Patricia, hay un trabajo más fuerte que hacer sobre el mercado. En términos de volumen de exportación, la Argentina ha bajado; en términos de calidad, sigue exportando bien.

LN: -¿No creen que también debería haber una preocupación por recuperar el mercado interno? En épocas recesivas hay una desproporción entre la producción de libros y las compras.
PP: -Parece que en la Feria del Libro este año funcionaron bien las ventas, según la gente de la CAP. Y fue muy importante el público juvenil, que se está generando con interés en géneros específicos que antes no existían para ese rango de edad, de 14 a 18 años, y con los fenómenos asociados como youtubers y booktubers. Me parece interesante, más allá de que mucha gente señala que literariamente esos libros no son tan valiosos, porque es una entrada a la lectura. Creo que es un fenómeno que habría que mirar con atención. Supongo que tiene que ver con políticas de incentivación de la lectura desde la escuela. Esas políticas pedagógicas, no necesariamente de gobiernos específicos, existen. Hay además una resignificación del rol de los bibliotecarios: antes eran custodios de los libros y ahora son mediadores de lectura. A la larga, todas estas cosas dan resultado.

AD: - Habitualmente estamos acostumbrados a poner como parámetro para entender los problemas de la edición argentina a la propia edición argentina. Pero hay problemas estructurales que tienen que ver con la concentración geográfica. Hay competencias de lectura muy diferenciadas en función de la región, no solamente socioeconómica sino espacial, y ahí se ve ausencia del Estado porque no hay políticas públicas de lectura ni siquiera a nivel nacional. No están en la agenda de nadie. Hay una ecuación bastante básica: la oferta genera demanda. A menor cantidad de librerías, menos lee la gente. Otro problema es que las librerías son el eslabón más débil de la cadena de comercialización y producción. Creo que por la situación económica estamos en mucho riesgo con las librerías. Hay una superpoblación en Buenos Aires, que no está mal, pero el problema es que no existe una política de expansión.

PP: -En la ciudad de Buenos tenemos 350 librerías, 400 en la provincia de Buenos Aires, mientras que el Noroeste tiene 85 y el Noreste, 75. Son cifras de la CAP.

LN: - ¿Qué queremos decir cuando hablamos de profesionalización?
PP: -Para hacer libros y para que éstos lleguen, se necesita cierto conocimiento del mercado y de las herramientas para manejarse en él: comercialización, cómo trabajar con las librerías, cómo controlar la producción y cantidad de ejemplares. También se necesita conocimiento para que los libros sean de buena calidad (selección de autores, diseño). Antes, en las editoriales uno podía ir aprendiendo todas estas cosas pero prácticamente en la actualidad eso ha desaparecido. Hoy, no todas las editoriales grandes son buenas escuelas de edición. La actividad editorial en la Argentina también es despareja y no está totalmente profesionalizada. La diversidad es la norma, pero para hacer buenos libros se necesita conocimiento, no solamente tener buen gusto literario.

AD: -Coincido y creo que ligado a eso la experiencia de la participación en ferias internacionales ha sido y es fundamental. Primero, por la presencia del libro argentino en otros mercados. Las ferias siguen siendo el gran lugar de organización y circulación de libros. Ahí las editoriales universitarias han estado y también han empezado a participar las "independientes". En cuanto a medidas políticas inteligentes, el Programa Sur de traducciones se continuó y parece que va a ser una política de Estado. Se van a dar por año ciento cincuenta títulos y el acumulado ya lleva más de mil.

LN: - ¿Fue tan revolucionaria la revolución digital en el mundo del libro?
AD: - Lo que hizo fue bajar la barrera de acceso al mercado. También creó la ilusión de que cualquiera puede editar. Un ejemplo: quiero armar una editorial en Jujuy; puedo hacerlo, pero tengo el problema de cómo voy a distribuir los libros o promocionarlos. Ése es uno de los grandes problemas en el mercado editorial: la distribución. Salvo las más grandes, que lo tienen resuelto, es la queja más recurrente. Si en Buenos Aires existe ese problema, si te alejás en términos logísticos y de escala deja de ser negocio para las principales distribuidoras. La ilusión de posibilidad se encuentra con obstáculos del mercado editorial que implican algo más que lo digital, implican política y estrategia.

PP: -Con respecto a otros países de habla hispana tenemos un menor consumo de libros digitales, en paralelo con una mayor conectividad: la cantidad de celular por habitante acá es mucho mayor que en España.

AD: - La revolución digital no fue el apocalipsis que se imaginó. Hay algo de la materialidad del libro que no fue afectada. Amazon está abriendo librerías. Es un gran enemigo, no para el lector, sino para el ecosistema del libro. Lo que pone en riesgo es el sistema de producción de valor del libro, ligado a las librerías. En la Argentina eso está un poco más protegido porque la ley del precio fijo sienta un piso muy importante para sostener un mercado del libro diverso e impide mayor concentración en el mercado de las librerías. Eso tiene repercusión sobre las editoriales porque, mientras más concentradas son las librerías, más precisan de best sellers.

LN: -¿Qué significa que una editorial debe "trabajar con los autores"?
PP: -Todavía tenemos una idea platónica de que un libro es una novela. El editor recibe originales de autor, descubre un autor en ese original y lo publica. O no lo considera y al final termina siendo un best seller, como pasó con Harry Potter. En realidad todo es más diverso. Primero porque hay distintos géneros, porque no todos los autores son escritores y porque cada vez más los libros se hacen a pedido. Vos conocés a un profesor e investigador que es interesante, le preguntás si tiene un libro en camino, le pedís que haga una propuesta y así se va trabajando. Eso también es trabajar con el autor: trabajar con el libro cuando todavía no es un libro. Los buenos editores universitarios en Estados Unidos o Inglaterra son los que van a los congresos, leen los libros, están al tanto de qué se publica, cuáles son los temas, quiénes son los referentes en determinado tema. Ese trabajo nosotros todavía lo tenemos muy en pañales. Es un cambio fundamental: el editor que no está a la espera, sino el editor que va a buscar en el sentido más legítimo.

LN: -¿Cómo imaginan el futuro del libro en la Argentina?
AD: - Creo que hoy puede ser mucho mejor de lo que es, en todo sentido, con una mejor articulación entre el sector privado y el Estado. El Estado requiere ser más inteligente de lo que es. No creo que hoy el Ministerio de Cultura esté pensando en políticas públicas para el libro, si bien hay gente capaz. Falta información. La que tenemos es demasiado global y genérica y eso es un déficit. Hay que entender la industria editorial como un mercado que produce riqueza, que tiene una incidencia en el desarrollo cultural del país y en el que el Estado tiene que estar presente.

PP: -Soy bastante optimista con respecto al futuro de la industria editorial más allá de las dificultades específicas. Tal vez porque estoy en contacto con gente que comienza con estas editoriales más chicas o con los desarrollos de las editoriales universitarias. Veo mucha potencialidad. Me gustaría una industria editorial más profesionalizada, que abarque géneros más diversos y que aproveche el potencial de investigadores y profesionales bien formados que tenemos en la Argentina para hacer libros interesantes y con una mayor integración entre el contenido del libro y su comercialización.

LN: -¿Afecta mucho la presencia de los grandes grupos en el mercado editorial argentino?
PP: -Esa presencia se da en todos los países en donde existe un desarrollo editorial significativo. Es un proceso, para decirlo en forma simple, hijo de la globalización y de las formas que adoptó la comercialización del libro en las últimas décadas. Luego, no tiene ningún sentido pensar en los grandes grupos como monstruos a los que hay que combatir. Los grandes grupos amplían el trabajo gráfico local, generan empleo genuino y privado, y, como siempre buscan los títulos y autores de tiradas masivas, dejan un espacio muy importante para el surgimiento y desarrollo de otros sellos editoriales. También habría que señalar que sin la existencia de grandes grupos no podrían prosperar las iniciativas que requieren grandes inversiones, como las de libros escolares. El costado negativo se da, sobre todo, en las posibilidades de exhibición. Los editores suelen señalar que el 50% de la superficie de exhibición de las librerías está en manos de los grandes grupos. Finalmente, no hay que olvidar que en la Argentina la actividad editorial tiene una gran vitalidad. Es un escenario muy rico y diverso.

AD: -Es bastante común escuchar que grandes y pequeñas editoriales pueden convivir y desarrollarse, pues apuntan a públicos diferentes que eventualmente se solapan. Desde mi punto de vista esto es sólo parcialmente cierto. Hay determinado margen en el que las pequeñas pueden crecer, y en este sentido no se pueden atribuir a la concentración editorial todas las limitaciones que encuentran para su desarrollo. Pero la contradicción existe y ejerce todo su peso en el plano de la visibilidad y la venta. La clase de títulos que venden los sellos más comerciales de los grupos concentrados son importantes para las librerías. Eso permite a los grandes grupos tener mayor poder de negociación de espacio en las vidrieras y mesas de las librerías, mayor poder para que las librerías reciban la totalidad de las novedades y reimpresiones mensuales, y mayor capacidad para negociar los descuentos otorgados. Las editoriales más pequeñas se ven desfavorecidas en todos estos niveles. La bibliodiversidad, esa idea tan repetida en el último tiempo, sólo se logra con más y mejores editoriales. Publicar muchos libros no garantiza la bibliodiversidad. Éstos, además, deben ser diferentes entre sí. Mucho de lo mismo, es decir, libros hechos a medida para el consumo masivo, no implica bibliodiversidad. Si ése es uno de los objetivos de una política pública, es preciso fortalecer el desarrollo de las editoriales pequeñas y medianas, que, por otra parte, bien encauzadas tienen un enorme potencial exportador.





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